Debe hacer más
de un mes que no duermo, ni de noche ni de día. Nunca me llama nadie, tampoco
hago algo para que suceda lo contrario. Anoche se cayó el teléfono y se
enredaron todos los cables, se partió por la mitad, lo tiré a la basura y me
quité un peso de encima.
Ni salgo a la
calle, me tiene saturada el clásico saludo urbano reiterativo y falaz: —¿Qué
tal, todo bien?
Y la respuesta
que no espera respuesta: —Sí, todo bien!
Todo bien, las
pelotas, está todo mal, doloroso, vacío, sin trabajo ni comida. Mi insomnio se
casó conmigo, yo que me pensaba soltera, por fin encontré un amigo imaginario que me
acompaña a tomar té con galletitas, mi único alimento. Al Banco tengo que ir,
para poder comprar té y galletitas. Es mi única salida, me disfrazo de otra
persona para no tener que saludar a gente, con la que no tengo absolutamente
nada que ver.
Siento piedad
por los demás, todos tan solos como yo. Tal vez les pase igual, tal vez el
insomnio sea un fenómeno mundial, tal vez somos todos unos hijos de puta y Dios
nos está castigando. Como decía mi Abuela, y estoy casi segura, porque la pobre
no dormía nunca y se sentía culpable, porque pensaba que Dios no existía.

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