domingo, 22 de marzo de 2020

ESCENOGRAFÍA


   Lo compré en una calle cortada, había todos objetos disparatados y uno que me llamó la atención: —¿Cuánto cuesta el inodoro?
   —Es una gran oportunidad, viene con la carga pintada entre rosa y sepia con querubines de alitas, mirando hacia abajo, para traer suerte al que depusiera. El fondo con querubines alados. Arriba pende una cadena de bronce que finaliza en un picaporte circular de porcelana francesa.
   Saqué mi billetera pensando cómo quedaría en mi nuevo baño.
   —Son cien pesos.-Me dijo-.
   Pareció tan poco, que tuve un ataque de piedad y le pagué mil quinientos. En cuanto lo puse en el baño, comencé la instalación. Tenía una bañera con patas de cóndor. El baño era un cubo de vidrio cubierto de enredaderas.
   Fue una pena que mi Mujer, se fuera sin avisar, quién sabe dónde. Justo que había terminado el jacuzzi de madera, en el centro del jardín. Mejor, como decía mi Abuelo, “No te cases, querido, que las mujeres sólo dan para disgustos”.
   Cuando terminé de desayunar, corrí al baño como suelo hacer de costumbre, cuando la tripa hace ruido. Es mejor estar sentado, en el lugar que corresponde. Apoyé mis asentaderas y el inodoro se abrió con mi peso. Por reflejo, tiré de la cadena, la carga cayó sobre mi cabeza y la cadena rodeaba el cuello. Después sentí que me diluía.
   —Por favor, soy la encargada de la casa número 611, sobre la calle Bolsonaro, entre Putín y Trump.
   Un hombre tan bueno, no tenía enemigos. Yo lo contuve cuando su Mujer lo abandonó. Él me requería para hacerme un regalito, yo lo aceptaba. Se encerraba en su escritorio y me decía: 
—Hacemos un rapidito, me da empuje para trabajar.
   Tocan muchos timbres.
   —Recibimos su llamado, córrase, acá está el cadáver.
   Tres grandotes de uniforme, cuchicheaban entre ellos, cada tanto me miraban. Dos jóvenes de civil ponían no sé qué cosas en bolsitas que luego hermetizaban. En el segundo cajón del escritorio, encontraron un forro usado, con su contenido reciente.
   Me tomaron de las manos, yo supuse que era para tranquilizarme. Me equivoqué.
   —Vos sos la primera sospechosa.
   Me pusieron las esposas y entré al interrogatorio. Salí sobreseída.
   La carga tuvo la culpa, junto a los querubines alados, que lograron escapar.

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