Lo compré en una
calle cortada, había todos objetos disparatados y uno que me llamó la atención:
—¿Cuánto cuesta el inodoro?
—Es una gran
oportunidad, viene con la carga pintada entre rosa y sepia con querubines de
alitas, mirando hacia abajo, para traer suerte al que depusiera. El fondo con
querubines alados. Arriba pende una cadena de bronce que finaliza en un
picaporte circular de porcelana francesa.
Saqué mi
billetera pensando cómo quedaría en mi nuevo baño.
—Son cien pesos.-Me
dijo-.
Pareció tan
poco, que tuve un ataque de piedad y le pagué mil quinientos. En cuanto lo puse
en el baño, comencé la instalación. Tenía una bañera con patas de cóndor. El
baño era un cubo de vidrio cubierto de enredaderas.
Fue una pena que
mi Mujer, se fuera sin avisar, quién sabe dónde. Justo que había terminado el
jacuzzi de madera, en el centro del jardín. Mejor, como decía mi Abuelo, “No te
cases, querido, que las mujeres sólo dan para disgustos”.
Cuando terminé
de desayunar, corrí al baño como suelo hacer de costumbre, cuando la tripa hace
ruido. Es mejor estar sentado, en el lugar que corresponde. Apoyé mis
asentaderas y el inodoro se abrió con mi peso. Por reflejo, tiré de la cadena,
la carga cayó sobre mi cabeza y la cadena rodeaba el cuello. Después sentí que
me diluía.
—Por favor, soy
la encargada de la casa número 611, sobre la calle Bolsonaro, entre Putín y
Trump.
Un hombre tan
bueno, no tenía enemigos. Yo lo contuve cuando su Mujer lo abandonó. Él me
requería para hacerme un regalito, yo lo aceptaba. Se encerraba en su
escritorio y me decía:
—Hacemos un rapidito, me da empuje para trabajar.
Tocan muchos
timbres.
—Recibimos su
llamado, córrase, acá está el cadáver.
Tres grandotes
de uniforme, cuchicheaban entre ellos, cada tanto me miraban. Dos jóvenes de
civil ponían no sé qué cosas en bolsitas que luego hermetizaban. En el segundo
cajón del escritorio, encontraron un forro usado, con su contenido reciente.
Me tomaron de
las manos, yo supuse que era para tranquilizarme. Me equivoqué.
—Vos sos la primera
sospechosa.
Me pusieron las
esposas y entré al interrogatorio. Salí sobreseída.
La carga tuvo la
culpa, junto a los querubines alados, que lograron escapar.

No hay comentarios:
Publicar un comentario