No había nadie,
gaviotas y la casilla del Guardavidas, que terminada la temporada quedaba
vacía. Me acordé de Ceci y su práctico consejo: “Si te vas al mar, lo único que
no debés olvidar es la malla, la bikini o la audacia de andar desnuda”.
Cuando caminé en
la arena escuché el mar que me decía: —Vení, vení, tratá de domarme, algunas
olas que te conocen de antes, esperan detrás de la última rompiente.
Es como los
orgasmos, uno, dos y terminó. A mí me gusta despacio, meterme en el mar a paso
lento, donde recién empiezan las olas nonatas:
—La vamos a sorprender, nos
juntamos y le pasamos por encima, ella se va a dar cuenta y se sentará en la
arena para no recibir nuestra violencia repentina.
Está picado y
picante, supero las bellas dificultades y alcanzo la última rompiente, allí
nado tranquila rumbo al horizonte. Descanso haciendo la plancha y sigo nadando
hasta que no doy más. Allí hago otra plancha, me da tanto sueño que duermo.
Escucho un silbato lejano y miro con sorpresa una línea de arena que señala mi
lejanía.
Nado hasta donde
rompen las olas: —La vamos a ayudar, ella se lo ganó.
Barrené y en
tres veces ya estaba en arena firme. Caminé hasta la escalera vertical de la
casilla del Guardavidas, me tiré en el colchón y no sé quién, me cubrió con una
tohalla.
Al siguiente
día, tenía un termo con café caliente. Vi al Jeepón que se despedía. —Casi me
olvido que estamos divorciados, chau. Acordate de cerrar la puertita.
Yo sí me acordé
que estaba divorciada y me alegró un montón saber que por fin, estaba sola.

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