viernes, 6 de marzo de 2020

LAS OLAS Y YO


   No había nadie, gaviotas y la casilla del Guardavidas, que terminada la temporada quedaba vacía. Me acordé de Ceci y su práctico consejo: “Si te vas al mar, lo único que no debés olvidar es la malla, la bikini o la audacia de andar desnuda”.
   Cuando caminé en la arena escuché el mar que me decía: —Vení, vení, tratá de domarme, algunas olas que te conocen de antes, esperan detrás de la última rompiente.
   Es como los orgasmos, uno, dos y terminó. A mí me gusta despacio, meterme en el mar a paso lento, donde recién empiezan las olas nonatas: 
—La vamos a sorprender, nos juntamos y le pasamos por encima, ella se va a dar cuenta y se sentará en la arena para no recibir nuestra violencia repentina.
   Está picado y picante, supero las bellas dificultades y alcanzo la última rompiente, allí nado tranquila rumbo al horizonte. Descanso haciendo la plancha y sigo nadando hasta que no doy más. Allí hago otra plancha, me da tanto sueño que duermo. Escucho un silbato lejano y miro con sorpresa una línea de arena que señala mi lejanía.
   Nado hasta donde rompen las olas: —La vamos a ayudar, ella se lo ganó.
   Barrené y en tres veces ya estaba en arena firme. Caminé hasta la escalera vertical de la casilla del Guardavidas, me tiré en el colchón y no sé quién, me cubrió con una tohalla.
   Al siguiente día, tenía un termo con café caliente. Vi al Jeepón que se despedía. —Casi me olvido que estamos divorciados, chau. Acordate de cerrar la puertita.
   Yo sí me acordé que estaba divorciada y me alegró un montón saber que por fin, estaba sola.

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