viernes, 27 de marzo de 2020

ME VUELVO CADA DÍA MÁS LOCA


   Me tira el acolchado, se fuma un pucho en el patiecito. Sigo durmiendo y despierto sofocada, sí, dos acolchados es demasiado. No me habla, mejor, le tendría que contestar. No quiero que me ocupe el pensamiento. Hoy compramos los guantes quirúrgicos, algunos remedios psicofármacos. Es una salida la Farmacia. Otra diversión, ir al Super, para él es una tortura, hay que formar fila con un espacio de un metro. Es otra salida, me encuentro a los chicos del Café, nos decimos que nos extrañamos. Él saluda con la cabeza, después camina de memoria al Café que está en la esquina.
   —¿Sabés que está cerrado?, está todo cerrado.
   Y lo repite tres veces. Tomamos café en el departamento. Vivimos en planta baja, sacamos la mesita de la cocina y él estira sus piernas por debajo de la mesa, pensando que soy una pata.
   —Disculpá, no fue mi intención.
   Pide perdón, raro. De algún piso de arriba le tiran un pucho encendido en su taza de café. Grita: 
—¿Quién fue el hijo de puta que me tiró un pucho?
    Y le contestan: —Vos tenés que estar adentro de tu casa, no en tu miserable patio.
    Yo no lo vivo como un pozo de aire, pero miré hacia arriba y estaban las cabezas asomando en todos los ventanucos, debió ser para chusmear el afuera, en este caso el abajo. La gente está cansada, hastiada, indignada y con miedo. Por eso se vuelven locos y la locura les va en aumento. El edificio tiene tres vecinos con corona. En el Hospital no los aceptaron. Colapsan.
   Volvieron al departamento, pero les formaron una barrera humana, para no dejarlos entrar. Se sentaron en el cordón de la vereda, pasó la cana y se los llevó. Los dejaron en el medio del campo.

   Esta descripción la termino aquí, cuando termine, la termino.  

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