lunes, 16 de marzo de 2020

UN AMOR FURTIVO


   Elegimos una canoa con dos remos bipala, yo iba adelante y detrás Pompi. Salimos de Regatas y tomamos por un arroyo que antes de llegar al río tenía un canal de buques petroleros. Su profundidad era de unos cincuenta metros, tomando hacia la izquierda se sorteaba el canal y seguimos por el río calma chicha.
   El cielo se pobló de nubes negras y comenzó a lloviznar, Pompi se asustó, soltó su remo y se agarraba de mí.
   —¿Por qué no te sentás y te agarrás del borde?
   Con angustia me gritaba en el oído: —¡Nos vamos a ahogar!
   —Pompi, sacá una pierna y métela en el agua.
   Le llegaba a la rodilla. Sacó la otra y me empujaba hasta que dio vuelta la canoa. El oleaje aumentó, ahora nos llegaba a la cintura.
   —No te asustes, la podemos dar vuelta.
   Le empezó a circular su única neurona y ella sola la revirtió. Me recordó a su Madre, que murió de aftosa, una especie de Brigitte Bardot de agobiante sensualidad. El Marido siempre estaba en el sur. Ella fue una vez a visitarlo y allí se contagió, una muerte de perros.
   Los amigos de Pompi salíamos a bailar y aparecía la Madre hacia el final, con un vestido infartante con la mirada sobre mí, con sutileza, estaba su hija presente.
   Yendo por una ruta, con un brazo afuera tratando de aprisionar el aire, un auto se le llevó el brazo derecho, siendo ella diestra. Aprendió a manejarse con el izquierdo, con tanta destreza que pintaba, tenía un tendedero en la casa donde vivían. Usaba una escalera porque la actividad era compleja.
    Llegué preguntando por Pompi, me abrió agitada y me pidió ayuda.
    —¿Vos me podés tener la escalera?, es culpa de mi Marido, que para lo único que viene es para dejar una tonelada de ropa. ¿Podés creer que dice que se la lave yo? Después vuelve al sur, sin nada de lo que ves.
   Mientras subía la escalera, le alcanzaba los broches, ella se reía con ese tono cristalino de loba en primavera.
   —¿Me ayudás a bajar?
   Yo extendí mi mano y le tomé la cintura, ella se pegó a mí, temblando de miedo. Cuando llegó al piso, me agradeció con un beso ambiguo, yo con toda libertad, le apreté el pecho contra mi cuerpo.
   —Vamos a llenarnos de sexualidad, pero no quiero que nos enamoremos, robaríamos lo esencial.
   Hacía lo que ella quisiera.
   Cuando sucedió el episodio de la canoa y la tormenta, yo sentí esa patética cobardía de Pompi. Era el opuesto a su Madre que era audaz, ella hubiera nadado hasta Regatas. Me dieron ganas de ver en Pompi algo de su Madre, en la mirada, en esa boca gordita, en esos ojos ansiosos. Pero la hija no reunía esos imposibles. Se fue alejando de a poco.
   Ahora navegaba solo y parecía que los sauces me acariciaban como el pelo de aquella mujer que no puedo olvidar.

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