Estaba bajando,
tiraba para adentro, parecía que me quería llevar. Soy buena nadadora, pero el
mar estaba indignado, daba cachetazos, no me dejaba respirar, quería mi
rendición y llegué al knock out. Vinieron tres bañeros, a ellos también los
quería tragar, pero tienen unos brazos que parecen remos. Uno me agarró del
cuello y los otros no sé de dónde pero me salvaron la vida. En la última
rompiente, uno dijo: —Además de quedarte sin oxígeno, el mar te arrancó la
malla.
—Y, entre los
tres la cubrimos, hay mucha gente.
Yo no podía ni
hablar pero la vergüenza me hizo rogar.
—Aunque sea usen
las manos, no quiero salir desnuda.
Se peleaban por
cubrirme, uno me abrazaba las tetas, otro me tapó el pubis angelical y depilado,
el tercero usó las dos manos para mis glúteos redondos, altos de nacimiento. Recordé
que para mis quince, les pedí a mis viejos de regalo, que me dejaran operar las
tetas, no dijeron nada, pero me obsequiaron un curso de dos años de idioma
chino. Cuando llegamos a la playa me desmayé. Uno me mandaba aire por la boca,
otro me apretaba el pecho con las manos cruzadas y el tercero cubrió el resto
con una lona que él sostenía y el viento la levantaba. Puso la cabeza entre mis
piernas, apoyado en la lona.
Largué un chorro
por la boca, como una ballena. Calcularon que mi cuerpo guardaba cinco litros de
agua. El envión de aquel chorro, dejó a los tres sobre la arena.
La gente que
miraba arrobada mi desnudez, tapaba los ojos de los niños, hasta que por fin
les grité: —¡¡Váyanse todos, voyeristas degenerados!!
No sé si fueron
mis ganas de matarlos, pero no quedó nadie en la playa. Los tres bañeros sí,
claro. A mí con uno me bastaba, con dos, mar dudoso, con tres, mar peligroso.
Pero a mí me gusta el peligro. Después hicimos una fogata nocturna. Se nos fue
la hipotermia, por tanta degustación.
Antes de dormir,
juramos que esta aventura, quedaría en el rincón de los secretos.

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