martes, 31 de marzo de 2020

HUÉSPED


   Trabajaba en la Embajada de India, se encargaba de recibir a personajes rutilantes y presentarlos a las altas esferas, que negociaban con India.
    Caminaba por los jardines con las manos tomadas atrás, se preguntaba quién era él y el por qué de trabajar en ese lugar. Era tratado con respeto y a una distancia que no le permitía opinar de lo que todavía no sabía, porque no se lo hacían saber.  
   En definitiva un sirviente del poder y sus secretos. Su costumbre diaria era caminar aquél jardín, ese día escuchó cómo alguien se reía sola, terminado el laberinto pudo ver una mujer muy joven que se hamacaba tan alto y no podía salir de aquel enredo de rosas blancas.
   Él la socorrió y trató que las rosas no la lastimaran. Ella, como si no hubiera pasado, le agradeció y se hincó, con un sari de seda desgarrado y puntitas de sangre que respetaron su cara. Cuando se hincó con las palmas juntas, para saludar, perdió el equilibrio y fue a dar al medio de su pecho.  
   Apareció el Padre de la joven y amenazó con su despido, él lo tranquilizó contando lo que en realidad había sucedido. Luego de observarlo con minucia: —Por sus palabras y su andar aristocrático, estoy frente a un noble. Dejo en sus manos mi divina hija y mi sueño será tranquilo.
   Había una habitación de huéspedes. Abrí la puerta, prendí las luces y luego entró ella. El viejo tenía razón, apreté otro botón y paredes, techo y piso, se cubrieron de espejos. La Princesa, era Princesa y nadie me dijo.
   —¿No me podrás quitar las espinas, que si no el sueño no va a venir?
   Lo más práctico fueron mis dientes, se las quité junto con lo que quedaba del sari. No sé si se hacía la dormida o se durmió de verdad.
   Yo, por si acaso, me la cojí, nuca tuve la oportunidad de cojerme una Princesa. Hice uso de todos los espejos, aquel cuerpo perfecto lo merecía. Era tan flexible que yo la ponía en las posturas que se me antojaban, ella respondía a los avatares con gemidos eternos.
   Cuando por fin se durmió, la cubrí con cuatro pañuelos de seda. Me retiraba y escuché su voz: 
—No te vayas, te quiero contar un sueño que tuve, parecía verdadero, ojalá que siempre tuviera esos sueños. ¿Querés empezar de nuevo?

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