—Hola!, Rosita,
por favor, no me hables se descubrió que el virus se transmite por el cable del
teléfono y se contagia más rápido por internet. Tirá el celular o apagalo, pero
no lo atiendas, los contagios son inminentes.
—La pobre Beba,
que vive sola, saluda por celular a sus veinticinco amigos. Después de comer
abre internet, donde tiene doscientos sesenta amigos incondicionales y por la
noche se hace el bocho con las citas programadas a las cuales después no
asiste.
—Rosita y me lo
decís así? Vos sabés que mi vida de contacto con el mundo es la pura
tecnología. Mi vida sexual era las películas porno de algún cable. Vos sabés
bien que tengo mis órganos genitales suturados, pero era lindo recordar los
novios de aquellos tiempos y mandarles fotos, de cuando una era adolescente y
engañarlos con que una está tal cual.
Beba se tiró en
la cama a llorar y a decir a cada rato: ¡Pobrecita yo! ¡Pobrecita yo! Ahora no
soy nadie, esto significa morir. Aunque se pueda salir a la calle, moriría de
vergüenza por el aspecto que tengo, renga, con muletas y 85 años diciéndome al
oído que me queda poco tiempo, ni sé para qué lo tengo, si sufro de agorafobia,
ataques de pánico y catatónica en cualquier lugar.
La voy a llamar
a Nela para avisarle. ¡¡No!!, si le hablo me puede contagiar, ella que vive
soñando que se va a casar, en su próxima cita concertada por internet, con un
primo de Onassis.

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