domingo, 26 de abril de 2020

FALTA


 Los nueve hermanos respondían a una planificación familiar ortodoxa. No debía salir nadie de la casa minúscula. Los Padres exigían un encierro permanente. No arriesgarlos a ninguna contaminación. La Madre confeccionó dos docenas de barbijos, para usar dentro de la casa. El Padre convino que hablaran lo imprescindible, la microgota de flush, ajena, no podía depositarse en ningún lugar del cuerpo.
    Los Padres cocinaban  lo que el freezer les permitió la mitad de la cuarentena. Después enseñaron a sus hijos que hubo yogis que permanecieron siete años sin abrir la boca para comer, ni tomar agua. Había que construir una ermita, ubicarse en postura de yoga sentado y así lograban pensar sereno, para detener la memoria de la ingesta.
   Hijos y Padres quedaron en stand by. Uno salió de la meditación y los otros lo siguieron, menos el Padre y la Madre.
   Estaban encerrados como en una caja de caudales, tanta puerta cerrada, tanta ventana sin luz. Uno dijo: —Tengo hambre.
   Y los demás lo siguieron, no había otro rumbo. Se abalanzaron sobre los Padres, que se hallaban en estado de gracia. Acordaron que no los molestarían. Empezaron por el brazo del Padre, masticando con deleite, sin descuartizar. —Lo que acabamos de hacer es que somos parricidas y está prohibido por Ley.
   Llamaron a la Policía. Era demasiada carga haberse comido a los Padres. Cuando los jóvenes abrieron la puerta, estaba el esqueleto de la mano del Padre, con el dedito acusador acusando y el esqueleto de la mano de la Madre, haciendo fuck you.
   No pudieron encontrar los otros huesos ni al hermano menor.

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