Yo iba al Taller
de Teatro, él iba en el siguiente turno, era de baja estatura, tenía ojos
celestes, a mí me gustaban más los anteojos que sus ojos.
Una chica me
dijo que él gustaba de mí. A mí no me ocurría igual, por sus manos mullidas con
dedos cortos, me gustan los dedos largos, como de sacerdote o Poeta y que me
acariciaran la cabeza, hacían cosquillas que lograba llegar al estado alfa.
Mi Vieja, cuando
me peinaba, hacía doler y me quedaba en estado feroz indignada. Ella no me
quería, ni se molestaba en disimular.
—Me da tirria,
nunca la pude aceptar.-Le contaba a mi Tía-.
Me hizo un
favor, aprendí el mundo yo solita y decidí vivir con un novio de dedos largos y
ojos color roble.
Él me enseñó
todo de nuevo, como si fuera recién nacida. Y gracias a mi Madre, que me robó
todos los sueños, aprendí a soñar con lo que hacía. Yo admiraba sus inventos y
él aplaudía mis diseños. Cojía muy bien, el mejor de todos los que conocí.
Cuando lo dijo
de una vez: —Una mujer se enamoró de mí.
Pensé claro, si
él es para enamorarse. Y yo le dije que también.
—Me parece que no entendiste.
Como si a una
marioneta le hubieran cortado los hilos, así sentí los latigazos dentro de mí.
Hice algo que no
sé, estaba en la cama de un Hospital, sentí que mi Madre me tocaba la frente y
controlaba el goteo del suero. Después me daba de comer.
Cuando me dieron
el alta me llevó a recorrer el mundo y en París conocí a un chico de baja
estatura, de manos mullidas y dedos cortos, usaba anteojos, pero a mí lo que
más me gustó, fueron sus ojos celestes.

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