Dos pianos
enfrentados. Dos hermanas tocando las mismas piezas, aunque fueran cientos eran
de una repitencia saturada. Las hermanas fueron bellas y armoniosas, pasaron
por tanta vida desgraciada. Tuvieron, cada una, la cara que no se merecían. Enseñaban,
tenían alumnos. Entraban al conservatorio y eran escuchados con atención, por
sus modos de tocar y sus silencios perfectos. Las hermanas les pidieron que no
invocaran sus nombres, ellos no preguntaron las razones, por respeto y por
músicos. Seres que miran sobre las cabezas de todos, algún horizonte imaginado.
Durante la
cuarentena, las hermanas quedaron sin alumnos, se dedicaban a componer, no les
costó nada, conocían el abecedario de los sonidos. Había piezas que combinaban
a Satie con Dave Brubeck y algún rock virulento con un Papo y un Vinicius.
Todas eran un homenaje a la vida, a las ganas, a seguir todas las teclas y
hamacar las circunstancias. Los habitantes del edificio les pidieron que
tocaran cualquier día, desaparecieron los días ordenados, es igual el lunes que
el domingo. Los enormes ventanales daban a un jardín con árboles, helechos,
frutos, flores que cuidaba el Jardinero.
Los oyentes se
miraban de ventanal a ventanal, con ropa de gala. De pronto en la terraza
irrumpieron las trompetas. Un joven con smoking sobre remera, subió las
escaleras. Las hermanas lo conocían, alguna vez les invadía el pensamiento
situaciones amorosas. El joven era parecido a un Chopin resucitado, observó la
puerta que se abría y las dos hermanas rondando en derredor del joven
asombrado. Una le hizo una caricia, la otra le besó las manos. Las hermanas se
enfrentaron como toros embravecidos, una le desgarró el vestido, la otra casi
la ahorca con su collar de perlas. Se arrancaron los cuellos bordados y fue tan
fuerte aquella guerra, que el joven tirado en el piso, les dijo: —Yo puedo
estar con las dos, no juntas, sino un día atender a una y al siguiente a la
otra. Tienen cara de no conocer los secretos de la pasión, yo se los voy a
develar, verán que sus cuerpos se transformarán en teclados donde mis manos
recorrerán con algún otro instrumento, sinfonías tibias o a lo mejor calientes.

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