sábado, 25 de abril de 2020

CUARENTENA MUSICAL


   Dos pianos enfrentados. Dos hermanas tocando las mismas piezas, aunque fueran cientos eran de una repitencia saturada. Las hermanas fueron bellas y armoniosas, pasaron por tanta vida desgraciada. Tuvieron, cada una, la cara que no se merecían. Enseñaban, tenían alumnos. Entraban al conservatorio y eran escuchados con atención, por sus modos de tocar y sus silencios perfectos. Las hermanas les pidieron que no invocaran sus nombres, ellos no preguntaron las razones, por respeto y por músicos. Seres que miran sobre las cabezas de todos, algún horizonte imaginado.
   Durante la cuarentena, las hermanas quedaron sin alumnos, se dedicaban a componer, no les costó nada, conocían el abecedario de los sonidos. Había piezas que combinaban a Satie con Dave Brubeck y algún rock virulento con un Papo y un Vinicius. Todas eran un homenaje a la vida, a las ganas, a seguir todas las teclas y hamacar las circunstancias. Los habitantes del edificio les pidieron que tocaran cualquier día, desaparecieron los días ordenados, es igual el lunes que el domingo. Los enormes ventanales daban a un jardín con árboles, helechos, frutos, flores que cuidaba el Jardinero.
   Los oyentes se miraban de ventanal a ventanal, con ropa de gala. De pronto en la terraza irrumpieron las trompetas. Un joven con smoking sobre remera, subió las escaleras. Las hermanas lo conocían, alguna vez les invadía el pensamiento situaciones amorosas. El joven era parecido a un Chopin resucitado, observó la puerta que se abría y las dos hermanas rondando en derredor del joven asombrado. Una le hizo una caricia, la otra le besó las manos. Las hermanas se enfrentaron como toros embravecidos, una le desgarró el vestido, la otra casi la ahorca con su collar de perlas. Se arrancaron los cuellos bordados y fue tan fuerte aquella guerra, que el joven tirado en el piso, les dijo: —Yo puedo estar con las dos, no juntas, sino un día atender a una y al siguiente a la otra. Tienen cara de no conocer los secretos de la pasión, yo se los voy a develar, verán que sus cuerpos se transformarán en teclados donde mis manos recorrerán con algún otro instrumento, sinfonías tibias o a lo mejor calientes.

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