Se me fue el autito
y miro desde aquí, abajo del sillón, la pared de enfrente. Al medio está la
foto de casamiento. Él la lleva del brazo y en los costados hay dos luces “que
lo realzan”, dice Mami.
—Entonces, ¿por
qué no tengo un lugar en la pared, o acaso ustedes tienen coronita y yo no
pertenezco a la pared?
—Tenés razón, te
saco la foto en tres segundos y la mando fotocopiar. Acá tengo un marco de
ángeles de yeso. Olvidé lo que sucede, para hacer una fotocopia tengo que
esperar más de cuarenta días, ¿conseguir una vidriería?, están todas cerradas.
Encontrar paspartú, para el fondo, las librerías también estarán cerradas. Todo
está cerrado, menos la boca de mi Marido que no deja de comer.
—Mami, no te
compliques, aquí tengo una foto reciente. Es de antes que empezara
este kilombo. Estoy muy lindo y muy joven, pegado en una cartulina y el marco de
ángeles lo completa. El orgullo de la familia, que soy yo, al lado de ustedes,
según tengo entendido, si me ponen buenas grampas no me sacan de la pared.
Mi Papi no me
puede ver ni en foto, un día lo escuché: —Y si no es mi hijo, ¿por qué lo tengo
que querer?, ni sabés de quién es, por ahí fue un corona que le transmitió el
virus.
Mi Mami lloraba,
porque era peor, sí sabía quién era mi Papi, ¡uy!, era Abu, que se equivocó de
pieza y no llevaba forro. Yo le voy a sugerir a Mami, un retrato con mi Papi
Abu, para poner en la pared.

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