martes, 7 de abril de 2020

MANDUCAR


   Toma el tenedor bien de abajo, con un dedo apretando la sección de los dientes, se lleva un pedazo tan grande que apenas mastica y lo traga todo entero. Se puede ver su bolo alimenticio pasando por la garganta y un montículo que lo hace estornudar para adentro. Toma medio vaso de vino para empujar. Sentía ganas de clavarle mi cuchillo en la garganta, pero estaba toda su familia, que comían como él.
   Hice un comentario desplazado, sin agresión.
   —A Uds no les enseñaron a comer como se debe, me impresiona. Cuando terminan le pasan pedacitos de pan, hasta dejar los platos blancos, tienen una ventaja, no hay necesidad de lavarlos. Lo que dije fue una broma.
   Sentí el brazo de él apretando mi brazo y sacándome en vilo de la silla. Mis sobrinas, que las quiero como hijas, manejan los cubiertos con toda corrección, no levantan los codos y al terminar los apoyan cuatro y veinte. Aprendieron en la Escuela Británica, donde almuerzan todos los días menos el domingo.
   La bestia me tiró en un sillón, las voces de las chicas tapaban lo que me decía.
   —¿Vos qué te pensás? Yo te saqué del barro, tu distinguido Padre, quebró y te obligó a casarte conmigo. Nosotros somos ricos, hicimos nuestra fortuna laburando para cualquier gobierno de turno. Tu Viejo, sienta sus asentaderas y se sirve el té en vasos de whisky para aparentar. Yo le tengo que prestar guita y te usa a vos como emisaria. Ponen los dos cara de póker y después conversan en francés, ahí dejo de existir. Nunca nos invitan a su casa y sé bien cuál es la razón. No tienen sillas, ni vajilla, ni mantel.

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