Los días eran
templados, se andaba de manga corta y algún chaleco en la mochila. Era mi
última posibilidad de pagar aquel impuesto en un lugar que lo aceptaba. La cola
daba vuelta a la manzana y era la última cuando bajaron las persianas.
Concurrí al día
siguiente, madrugué para ser la primera en llegar, fui tercera, pero tuve que
esperar que lo abrieran. Hacía un frío omnipotente y llegó sin avisar, escuchando
una conversación domesticada que me hacía trepar el viento en la espalda y en
el pecho.
Pasar por ese
martirio para pagar a este Gobierno de mierda que decidió que el corona virus
termina a fin de mes. “No se puede vivir sin trabajar, el lunes que viene hay
que concurrir y empezar”. Se llama Alberto, pero todos le decimos Aborto. Cómo
van a pasar alarmas que te dejan sordo y unos autos con altoparlantes del
tiempo de Tata y Mama, que no se entienden nada, mandan no salir de la casa y
amenazan. A este país le encanta amenazar.
—Y bueno,
Señora, tenemos que cuidarnos.
Le dije que tratara
de explicar dónde conseguir las máscaras, el alcohol gel y los guantes quirúrgicos.
Me contesta el estúpido argento:
—Por eso es
irresponsable la gente que no responde a lo elemental que están pidiendo.
Las Farmacias
permanecen cerradas y las abiertas no tienen nada de lo que necesitamos. El
tipo que hablaba me lloviznaba saliva, tenía las manos mugrientas y las uñas
más negras que el carbón. Pero están todos contentos, porque el lunes se
termina, la imbecilidad es un virus que se expande más rápido que cualquier
peste sin solución. Como éste que te bombardea con argumentos pelotudos y
contradictorios.
No hay que ser
inteligente para darse cuenta que nos quieren llevar al muere.
Tengo una
diatriba que descargo con Aborto, quiere llenar sus valijas, a costa de
nuestras vidas, porque es un flor de hijo de puta, igual a los que no nos dan
nada más que el encierro. ¿Por qué no se van todos a la mierda?, manga de
degenerados y la concha de su Madre, no me equivoco, a éstos los parieron por
el orto. Por eso llegó el invierno, para matarnos de frío y hacerse cómplice de
éstos…de aquellos…de los otros.

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