—Má, ¿por qué no
puedo visitar al Abuelo?
—Por las mismas
razones que estamos encerrados, es como una guerra y no le encuentran la
solución.
—La Srta nos
contó una vez, la Guerra de los Cien Años, ¿con esto qué pasa, durará cien días
y dicen que se prolongaría?, ¿podría llegar a cien años?
Y si es así,
como él premoniza, ni él ni yo vamos a estar.
—¿Por qué se te
puso cara de vieja? Antes me preguntaban si vos eras mi hermana. Ahora, si
pudiera hablar con alguien, dirían que sos mi Abuela. Má, ¿por qué llorás? A mí
me encantaría tener una Abuela como vos.
—Mirá las cosas
que imaginás, sos un pendejo de mierda. Encima que invento juegos, que no tengo
ganas de jugar, qué hijito tan ingrato.
—Má, bajá un
cambio, cómo me vas a decir que soy un pendejo de mierda. Te equivocaste. ¡Ja!
Soy un niño chico y encantador. Ahora, si en estos días me vas a decir malas
palabras, yo tengo un montón para contestarte, las aprendí de Pá. Antes de
tomarse el buque, te insultaba. Algunas de las malas palabras, no sé qué
quieren decir. Pero vos, que sos casi como mi Abuela, me podés enseñar. Tenemos
tantos días por delante, podemos jugar a que nos odiamos y tirarnos con
almohadones, corchos, alguna tacita rajada. Estos ejemplos los practicaba Pá
con vos. Má, no me llores, dame un abrazo y crucemos a la plaza, sin bozal, de
la mano, total que se vayan todos a la mierda. Les podemos agregar: “¡Inútiles!”,
como nos decía la Srta a nosotros.

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