Los tres golpes de la portera, durante años. Por si el despertador no despertaba.
Maestra de
veinte niños, de cuarenta, de cincuenta y tres, alumnos que se multiplicaban y
apenas diferenciaba. Le dio el horror de la locura y el beneficio de la
licencia por psiquiatría. Berta tuvo como destino el pabellón de intermedios.
Las sesiones con
el psiquiatra la fatigaban. Como siempre eran profesionales diferentes, comenzó
a ser personas diferentes, con alteraciones leves. Sabía cómo tranquilizar a un
psiquiatra, ponía los ojos sabios y nobles. Hacían sentir al psi. como un
enfermo recurrente, injusto y tacaño.
Berta tenía
ausencias que la ponían niña de seis años y hablaba y se movía como de esa
edad. Creció y quiso volver a la escuela, convenció a los cinco médicos que le
dieron el alta, remisión absoluta.
Cuando las dos
niñas llenaban los tinteros Berta apareció de atrás y las degolló. Llenó el
resto con tinta roja sangre y escribió perdón en todas las paredes.
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