Leía con candelas. Los Padres no querían gastar luz, a las nueve de la noche, todos a dormir. Le dolían los ojos, se miraba en el espejo y le gustaba su imagen, leyendo un libro grande de bordes dorados, conteniendo imágenes terribles de Goya.
—Me parece que
las polillas del escritorio de mi Abuelo, hacen temblar las candelas y los
personajes del Maestro, simulan movimientos tanáticos.
Cerró el libro
de un sólo golpe y el estruendo partió el espejo, ella se miró las manos y no
estaban, se puso de pie y no pudo, sus piernas habían partido sin ella, el
torso rodó por la escalera, pero mirando hacia abajo, era el libro que rodaba
en busca de la cabeza, que hacía instantes lo miraba y tocaba sus hojas. Sin
cabeza, su vida careció de existencia. Su novio fue el primero en buscar y dar
vuelta el escritorio, quitar los libros de sus estantes y escuchar todos los
lamentos juntos de las hojas. Sintió que el piso del escritorio cedía con cada
paso de sus pasos. Una fisura no prevista, se desprendió con novio y todo a los
cimientos de la casa. El dormitorio de los Padres y otras dependencias,
tuvieron el mismo destino. El dormitorio de huéspedes, con visita y todo, las
pocetas, la cocina y las literas que guardaban las camas de servicio. El polvo
que se desprendió en el hundimiento, dejó un terreno liso, tan pleno de humus
que se mezcló el trigo con girasoles y la soja con cuatro vacas.
La Mucama y la
Cocinera se salvaron, estaban de vacaciones. Cuando volvieron, rescataron el
trabajo de la siembra y el ordeñe. Olvidaron la existencia de la casa y sus
habitantes, un hijito novel, de la Mucama, haciendo un pozo, encontró una
candela de siete velitas y una rota.
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