Él dormía compensando el tiempo que todos negaban. Él se acordaba, sí que se acordaba. Manos negras lo arrastraron de los pelos.
Se lo llevaron, sí se lo llevaron. Su madre
gritaba tocando puertas y diciendo a gritos:
—¡¡Se
llevaron a mi hijo!!
Él escuchaba su madre y le quería contestar.
—Madre, estoy aquí y estoy vivo! No me
llore, eso sí me mata. Cortaron mis dedos, vendieron mi hijo. No sabe lo
bestias que son, madre. Tengo compañeros torturados que no cuentan, porque
tanto dolor reiterado los mató. Había tanta sangre, nuestras caras desfiguradas
hicieron que no nos reconociéramos. Nadie soportó tanto, por eso le pido que
me cuente un cuento…
Así me gustaría que empezara: “Hijo, haga
desaparecer sus pesadillas, yo estoy aquí para protegerlo y detrás suyo están
los que tienen oído absoluto, ruegan, siempre ruegan, tienen esperanza.
Pobrecitos”.
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