Todos lo miraban con asombro, tenía la primera letra de su nombre quemada como los judíos en los campos de concentración. Las mujeres desviaban los ojos, los niños los señalaban.
Había una novia que cuando hacían el amor no
le besaba la marca.
Cuando entró en la universidad todos se
apartaban, decían que su marca traía mala suerte. Era un tipo que se leyó todo, sabía más que
cualquier profesor. Lo ocultaba porque la envidia promovía odios. Cortó por lo
sano, dejó que su barba creciera hasta dejar a la vista, sus ojos solos y la
boca recta y fina.
No lo
jodieron más y él no hablaba con nadie. Cuando se casó y tuvo un hijo, tenía la
misma marca que él. Le pareció un castigo, lo hizo operar con un cirujano Rumano prestigioso.
Chau marca.
Con su herencia le regaló un Rolls Roice dorado. El cirujano devolvió el auto,
agradecido, porque él ya tenía dos.
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