En el tren que pasaba por Chascomús, viajaba en el vagón restorán, Jorge Newbery, conocido en especial por sus dotes como piloto aeronáutico. Cuando mi Tía abuela, Ema, lo descubrió, le dio un ataque de cholulismo. Tuvo el descaro de extender su relicario, para pedirle un autógrafo.
—Mi encantadora
Señora, ¿no seré demasiado poco, para anotar mi nombre en su relicario?
Ema, que era
atea hasta los huesos, pero iba a misa, rezaba y llevaba siempre ese relicario.
—Señor Newbery,
para mí usted es más que Dios, después de todo a él no lo he visto, a usted lo
tengo enfrente. He notado que está solo. ¿Me permite que lo acompañe?
Ema siempre fue
la oveja negra de la familia y como los mantenía, a nadie humillaba su
accionar. Ella pidió pechuga de pollo y él sopa de cabello de ángel. Ema le
advirtió que tomar sopa en un vagón de tren, era un riesgo para su corbata y un
papelón para el mantel. A él lo divertía la audacia de la Tía Abuela Ema.
Brindaron con un
vino de Mendoza, provincia donde él había nacido, bien estacionado. Newbery
brindó y tomó con prudencia, Ema le dio hasta el final, pero era buena
bebedora, no se le notaba el pedo que tenía, parecía haber almorzado con agua.
A los postres,
Ema, dando por sentado que Jorge aceptaría:
—Yo lo llamaré
Jorge y usted llámeme Ema, para aliviar el protocolo que elonga la charla y por
allí no pasa el respeto.
Lo invitó a
Chascomús, donde el tren se detenía.
—Mire, Jorge,
tengo una casa del más puro estilo inglés, con un ala para huéspedes, donde
podrá apreciar la laguna, que es tan grande como para no divisar los
horizontes.
Jorge aceptó la
invitación.
—Fui profesor de
natación en Alemania, para mí sería un placer nadar en estas aguas. ¿En esta
época son azules?
Ema por vez
primera, enmudeció, pero ante semejante invitado, tuvo que hablar con verdad.
—Lamento
comunicarle que la laguna, se ha secado de punta a punta. Hubo una sequía de tantos meses que se partía la
tierra y los pobres pejerreyes, habitantes de este lugar, murieron al quedar
sin agua. Para reemplazar le invito a realizar un recorrido con mi Ford T,
recién comprado, sería un honor para mí, que usted fuera el conductor, sabrá
que conducir un auto es una pavada al lado de un avión. Cruzaremos la laguna
seca y seremos los primeros, nadie se ha atrevido hasta ahora.
Esta mujer no
parece argentina, cualquier cosa tonta que emprendía, parecía una gran
aventura.
Jorge se quedó
una semana y lo pasó tan bien con Ema, que la invitó a viajar en un globo
aerostático, a la brevedad.
Ema lo acompañó
hasta el tren para Buenos Aires. Ella le extendió la mano y Jorge la besó dos
milímetros antes de llegar a la piel. Todo un Lord, por cierto, no podía ser
menos, de Jorge Newbery se trataba. Ema recibió a su hermana Laura y contó paso
a paso la estadía con aquel hombre.
—Pero te digo,
Laura, su invitación a pasear en un globo aerostático, ni en pedo.
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