A ella le gustaba la naturaleza que la rodeaba.
Los hijos no
venían, Marco propuso fecundación in vitro. Quiara sintió una pecera sin
salida.
No era natural,
pero él quería con toda su alma.
Ella fingía
contento por fuera y miedo, mucho.
La fecundación
dio resultados inmediatos, el miedo de Quiara mutó en alegría, escuchar los
latidos rápidos, mirar su postura. La panza crecía inusitada. El Médico tenía
charlas extensas con su marido. Quiara no podía. Ni quería preguntar. Se
concentraba en escuchar músicas tranquilas y caminar por la foresta, con una
mano arriba de la panzota y otra abajo. Cantando Nanas y durmiendo como podía.
El parto fue programado, justo a ella que le hubiera resultado encantador
natural. La Clínica se revolucionó. A la Madre le pareció vivir una pesadilla,
seis digamos.
—Tengo seis
hijos, así todos juntos, me dan ganas de matarte, Marco. Puedo amamantar a
tres, vinieron unas misioneras santas que se encargan de los otros querubines.
Qué nombres?
—Y entre tanta
histeria y zarandaja, elegí vos los nombres, no quiero ser culpable de más nada
—respondió Marco, con temor.
—Cinco varones y
una mujer, como decía mi Abuela “Fijate en el almanaque”, no tengo ganas de mirar,
soy atea, se llamarán: Marzo, Abril, Mayo, Junio, Julio y Agosto. Después de
los seis meses de teta a los chicos, te hago una demanda de divorcio, por abuso
de parto. ¿Querías hijos? Ahí los tenés, te los regalo. Haré una sola cláusula,
me quedo con Abril, es la única que no llora y alinea sus ojos con los míos
cuando la amamanto, los otros gritan, muerden y no dejan dormir a nadie.
Mi último deseo
es que quedes embarazado de ocho y los tengas que parir por el orto, con diez
episiotomías.
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