—Los vi con mis propios ojos, están a la vuelta de aquí, por favor hagan algo ya.
El policía, con
cara de sueño llamó a otro que llamó a otro.
—¡Qué suerte que
son tres! —dije con inocencia.
Casi sin aire
les conté que había un camión negro y una doble fila de gente armada mal
vestida. Por el medio pasaban jóvenes y los tipos les pegaban patadas en
cualquier parte y culatazos para que subieran al vehículo. Había tres más
chicos, eran arrastrados de los pelos.
Ellos ni
escuchaban, me pidieron documentos, se comunicaron con alguien, les decían mi
número de DNI. Yo les gritaba que no perdieran tiempo, porque se iban a ir.
Apareció un gordo panzón con aspecto de jefe. Dijo que me fuera a mi casa,
mientras a los otros los tildaba de boludos. Decía que yo tenía doce años y que
era una pendeja estúpida. Cuando salí estaban mis amigos en el fitito que
manejaba mi novio. Nos temblaban las piernas a todos. En la estación de
servicio de 7 y 46 cinco patrulleros rodearon el auto,” ¡Manos atrás de la
nuca!” Un flaco tanteó nuestros cuerpos. A mí me preguntaron por qué no llevaba
cartera, yo les dije que no me gustaba, para eso estaban los bolsillos del
vaquero. Abrieron la puerta de una patrulla y nos trasladaron a la comisaría
primera. Los chicos ligaron unos cachetazos, a mí no me hicieron nada. Le pedí
al policía más petiso que llamara a mis padres porque me iban a matar. El tipo
preguntó:
—¿Quiénes,
nosotros?
Miré mis zapatos
y le dije que no, que de eso se encargarían mis padres.
Entró mi madre,
por la puerta que tenía dos policías a derecha e izquierda, con armas largas
cruzadas. Mamá les dijo que sacaran esas porquerías porque me tenía que
retirar. Luego entró papá, tarjeteando que era abogado, Director de sumarios en
la Legislatura. Llegó el padre de mi novio, con su falcon verde, dijo que era
el Doctor S. Los polis respetaron más el falcon verde que su oficio de médico.
Nuestros dos
amigos quedaron allí para averiguación de antecedentes. Ellos eran lúmpenes. Al
día siguiente sus padres pusieron un dinero, bastante por cierto y salieron.
Festejamos en la
Plaza Moreno, con una botella de cachaça y todos se reían de mi vieja entrando
a la comisaría en camisón, tapado de piel y ruleros. Yo recordé que en casa, mi
viejo, cada vez que mami se rayaba, que era todos los días, me guiñaba un ojo y
decía ¡Qué General se perdió la Nación!
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