Los quebrados económicos, cuando cumplimos años y lo festejamos, solemos recibir llamados telefónicos justificando su ausencia al onomástico por haberse quebrado un hueso del brazo, de la pierna o algún otro invento jaquecoso y lamentero. La dispensa ocurre desde casas de ricos sin fama y con dineros de raras proveniencias.
Los quebrados
económicos somos humanistas en nuestra mayoría y pertenecemos a la ex-cultura
del libro y la cinefilia, de pasillos inteligentes y de horizontes por
inventar. Nuestros corazones sin precio aprecian el teatro que fue, la música
perdida. Valoramos los rescates y los nuevos, con ideas que tengan huevo y toda
la carne a la parrilla.
Los quebrados
económicos solemos juntarnos, no sólo para marcar los años o el día “de”, emitimos
sonidos de ballenas, que nos comunican sin cables ni celulares, tomamos mate,
fumamos, hablamos de temas que competen a la creación humana, a su salvación y
si Tánatos nos agarra, con esa facilidad de metiche que tiene, nos cagamos de
risa, como Goya en sus pinturas negras.
Los quebrados
económicos tenemos la seguridad que las gentes que deciden formar parte de
nosotros lo hacen por la búsqueda de lo genuino, mostrando profundidades o
larguezas que transforman los encuentros en fiestas imprevistas y asombros con
olor a nuevo.
Los quebrados
económicos somos más de los que parecemos. Hay intersticios que nos guardan
para no dejar al mundo solo entre mangas de degenerados que tratan de
quebrarnos las ganas. Es una pena para ellos, porque nuestras cosas no se
venden, no tienen un lugar, ni una forma. Ocurre en una dimensión a la que
ningún microbio comegente podría acceder.
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