El tercer
fustazo lo dejó de pie y sin dolor. Tenía la piel gruesa como los negros de
antes, de tanto castigo en la espalda. Era el nuevo Patrón, admiraba tanto las
fotos de su Bisabuelo, que trataba a los peones como cuadrúpedos de pie, el
mismo látigo del caballo le hacía descargar su furia enferma en los lomos, tal
cual vio en las fotos que tapaban las paredes y hacían llorar a los niños. Daba
risa que el Patrón fuera más negro que los negros y que él llamaba negros, con
desprecio. Tenía buena maquinaria, el perverso Don Juan Saravia Escondite, no
necesitaba treinta peones, con cinco se arreglaba, pero era un hambriento de
castigar, los tenía con pulseras de hierro y las llaves oxidadas, él las
colgaba del cinto. Sólo usaba una sola, cuando alguno moría de viejo o por irse
al carajo en el castigo. Y vayan las ironías, la Mujer se le fue con el más
negro de todos, que ahora camina del brazo con el negro de traje de lino blanco
y sombrero panamá. Así y todo, el negro no se olvidaba, muy pintón pero
descalzo. La Mujer, de noche, le chupaba los dedos de los pies, uno por uno,
para compensarle al negrazo, los castigos de Don Juan Saravia Escondite. Él
moría de placer y de odio. Nunca pudo separar.
El Patrón
castigador, murió un amanecer de Septiembre. La Mujer de Don Juan Saravia
Escondite, no quiso darle ni bóveda ni sepultura. Había un árbol seco y duro,
en el medio de aquel campo. Allí fue a parar el cuerpo sostenido con pulseras
de hierro, fue devorado de a poco, por las aves de rapiña, que se pasaron la voz
y a los dos días no quedó nada.

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