Ella nació muy
hermosa, siguió así hasta que un admirador itinerante, dejó de itinerar, se
conocieron a los catorce, Papá quedó pegado como abrojo en tela. A los nueve
meses de sus nupcias, nací yo, muy sospechada mi Madre, que había casado de
apuro y no era así. La moda y las buenas costumbres o al revés, dictaban que la
mujer quedara virgen en conserva para el augusto matriarcado, rebozado por
Jesucito y firmado ante la Ley. Nací muy linda, pero negrita y rulienta. Por
las fotos se me nota que tenía ganas de pedir lo que alguien se quedó sin
darme. Fue el afecto no recibido nunca de su persona. Ella siguió linda, tenía
el pelo glisado y el cuerpo de una mujer, bien quebrado en la cintura. Siempre
fue una señora fregona, le gustaba cocinar y los pisos un espejo. Era Docente y
nadie se explicaba cómo hacía, contrataba otras muchachas para ayudarle a
limpiar, ninguna le vino bien, hasta que entrando en la vejez, consiguió una
catamarqueña, dulce, buena y callada. A mi Madre le cambió el cuerpo, lo que
era culo fue panza y las tetas se le fueron como giba de camello a la espalda
encorvada. Para mí lo más importante que ella elegía: —Sentate derecha. No
faltes a Inglés, que te mato.
Y una sarta de
plomadas que me hicieron derechita, haciendo ejercicios diarios. Un día miró
sorprendida, yo llevaba una bikini y mis piernas largas la mataban de celos,
odiaba mi panza hundida y mi culo sobresaliente, ojos de turca, brillantes y
grandes, una nariz en discusión, igual que mi inteligencia. Hablaba con sus
hermanas en voz baja diciendo: —Mirá la guacha, tiene cuerpo de vedette y me
dice la verdad, la muy perversa, que a mí el cuerpo me dio vuelta y ahora soy
al revés, encima tiene razón, el Padre muere por ella, dice que tiene talento
para escribir y dibujar. Le hace todos los gustos, van al Cine, toman café
diariamente, en esta Ciudad de mierda. Ella se viste en Buenos Aires, me da
bronca porque tengo un sobretodo que lo uso para la Escuela, lo llamo 25 de
Mayo, ya tiene quince veinticincos de Mayos. A mí no me molesta, me visto con
lo que yo gano. El Padre me da dinero, pero sólo le acepto lo de la compra del
día.
Quería que
estudie Derecho, como su Padre, su Abuelo y el Bisabuelo, jamás acepté su idea.
Mi Mamita
querida odiaba lo que yo hacía, lo que pensaba, los novios, que eran todos
inútiles y pobres. Jamás me dijo te quiero, ni preguntó si era feliz o si algún
chico me amaba. En síntesis, mi vida era un estorbo, en la pobre dimensión que
le dio mi nacimiento.
Yo no la quise
tampoco, me daba miedo su psicopatía, sus gritos intemperantes y sus castigos
por tonterías. Papá no me defendía porque a él también le daba miedo. Tenía
buenas intenciones, dejaba todos los meses rollos de plata en mi ropa interior,
pero no le lucía, porque el maltrato recibido, nunca pude perdonar.
Una tarde, en un
médano, me regaló su reloj y hablamos de la vida, dijo: —La felicidad no
existe, ni te molestes en buscarla, porque es otra de las mentiras que la gente
se la cree.
No la extraño
para nada, pero a veces pienso en ella y la lloro sin querer.

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