Viaja hacia Jordania,
es violador internacional, tiene su sede en un restaurante de comidas con
sedantes y plantas alucinógenas. Yo vivo enfrente, les doy amparo a turistas
excéntricos que vienen a montar en camello y se sacan mil fotos para mostrar a
sus amigos.
Hermana, vos me
debés una grande, yo me encargué de matar a tu marido con un cuchillo
envenenado y de una sola puñalada. Quedaste libre para vivir lo que quisieras.
Pasaron unos años y ahora yo necesito de vos. Es una pesadilla, tu cuñado vive
acá enfrente, es el dueño del restaurante. Se dio que por ser el único lugar,
iba a comer todas las noches, eso me dejaba tranquila y tu cuñado aprovechaba
para abusar de mí en mis ensueños. Quedé embarazada y le dije, supuse que se
pondría contento, me equivoqué de suponer. Huyó de mí y de su futuro hijo. Yo
lo tuve igual, no tenía opción, acá por un legrado te dejan muerta sin querer,
de ignorantes.
Sé que vive en
Amman y dejó el negocio a cargo de un hijo que nació de brote. Te pido hermana,
que vengas y lo mates, con la misma daga que usé para tu marido. El tipo viene
una vez por mes. Aquí te mando el pasaje en barco, el mismo día a la misma hora
que lo toma él. Lo vas a reconocer por su ridículo atuendo polar.
La hermana le contestó
que allí estaría, tal cual ella le pedía.
—A quien lastima
sangre de mi sangre, no tengo pruritos en matarlo, quédate tranquila que me
gusta la propuesta, matar es algo que me da más adrenalina que coger con un
beduino pobre. Y no es devolver un favor, sino un acto de justicia, algo que
sabemos todos que no existe.
La comunicación
epistolar las unió una vez más.
Ella lo
reconoció de inmediato, tenía cara de camello, efecto de la mímesis con los
animales de su tierra y un conjunto over-dress inolvidable en las retinas.
Hacía un frío que les partía el culo a todos.
El tipo estaba
sentado en la cubierta, cerca de su camarote. Ni bien lo identificó le fue a
pedir refugio en su carpa de zorros. Hablaron escueto.
—Permiso Sr, ¿puedo
cobijarme en su elegante sobretodo?
El tipo dijo que
sí y abrió al medio su sobretodo, abajo estaba desnudo. A ella le pareció una
falta de respeto sin perdón. Le abrió con aquél cuchillo, de la garganta a la
vejiga. Le salió tanta sangre que le produjo más náuseas que el movimiento del
barco. Regresó a su camarote, un sonido extraño se le arrastraba detrás, pensó
en el mar que viró de la calma chicha a una enorme tempestad y sin entender,
mareada, quitó con su mano derecha un cuchillo clavado en el medio de su espalda,
lo miró para verlo de cerca era filoso y tenía piedras incrustadas compradas en
Constitución. La sangre que le salía, no era como la del rufián, era sangre
azul celeste, igual a los que de buena estirpe descienden.
Como dice el
refrán, o mueren tarde o no mueren. Ninguno llegó a destino, ambos fueron
arrojados al mar. Nadie quiso declarar, por temer que el barco argentino
quedara varado y se descubriera, que era chatarra pegada con Uhu.

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