—Vos sabés que
mi asidero no tiene esperanza, pero tiene panza. Por no contrariarte la idea te
seguí en el exilio, anduve con los changuitos rascando la tierra para dibujar
el lugar del Norte, del Sur, el Oeste manso y el Este según el viento. Las cholas
los buscaban, con temor que no estuvieran. Yo los cuidaba, yo los amaba y vos
también, pero de lejos. Con tu pipa de marlo estacionado, jugabas a fumar en el
balcón un tabaco inglés bastante fiero, como para que el no nacido se diese
vuelta con pataditas ciegas.
Les conté a los
changuitos que necesitaba estar sola, por un tiempo que no vinieran. Dos
cholitas, con preocupación, preguntaron: —¿Se le fue el hombre y la dejó sin
aviso?
—Está al nacer y
él está conmigo, Tiburcio les va a avisar cuándo empiezan las clases de nuevo,
si no estoy yo, vendrá otra que sabe bien, hasta el idioma de ustedes.
Dejó la pipa y
el mate, el Médico le pidió y él le hizo caso, por algo se recibió de Doctor y
salvó por aquí, a unos cuantos.
—Yo no quise
despertarte porque escribiste hasta tarde, pero vení, Ernesto, ayúdame que me
estoy partiendo en dos.
—Pero mujer,
debiste decirme antes, el Médico salió ayer a recorrer otros pueblos. Pensá que
soy periodista, de estas cosas no sé nada, hay que hervir agua, algo me
acuerdo, conseguir sábanas blancas, una vacha y ahí no sé cómo se casan las
cosas, vos quédate quietita, voy a buscar a Tiburcio y a la Chola Grande que se
da maña para los partos.
Si le digo que me
muero no serviría de nada.
—Ernesto, no me expliques, llámalo al Tiburcio, a la
Chola Grande y al Papa, pero que sea de inmediato.
Ahora que me
quedé sola, voy a gritar hasta quedarme sin voz.
—A ver Doña,
tranquila, debo haber traído más de cincuenta changuitos al Pueblo y no le erré
con ninguno. Ud, Don Ernesto, téngale la cabeza y le ofrece sus manos para que
ella se agarre fuerte, vos Tiburcio, traé el agua. Acá tengo las tijeras, los
tientos para el cordón y este bisturí, regalo del Doctor. Ahora me ayuda Ud, mi
querida, tome el aire y lárguelo, no me deje la fuerza en la garganta, que le
llegue bien hasta aquí y no me cierre las piernas.
—La puta que lo
parió, qué voy a cerrar. Si no puedo ni…carajo! Mierda!! ¡Me duele!!
Chola Grande lo
sacó, sólo para que no se caiga, más vale salió solito, como diciendo ¡Aquí
estoy!, con un sapukay bien gritado. Buscaron al Padre, no lo podían encontrar,
estaba desmayado entre la pared y la cama.

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