miércoles, 10 de julio de 2019

LOS SOLIDATARIOS



   Camino en una dirección, dejo mis pasos en su función y me dedico a mirar frisos de casas antiguas, con interferencias de carteles que me impiden verlos completos, o los conejitos de los frontones, encantados de esos lugares soleados, sin manotas que los arranquen, para tirarlos en las esquinas.
   Me fui de mambo, como me pasa a estas horas, caminaba mirando hacia arriba, baldosas desparejas, rotas, cascotes, soretes de perro. A los setenta se camina mirando hacia abajo, me olvidaba, trabajos a medio hacer en las veredas, tapadas con imprevisibles chapas de cinc. Por eso prefiero perderme en las palomas, las de la paz, no las que te cagan en la cabeza y algún idiota te dice: —Dejate, traen suerte.
   Me dejé ir de nuevo, tropecé con nada y me caí largo a largo, siempre sucede que antes de levantarme, busco con desesperación mis anteojos de sol. Hoy por ejemplo tres voces jóvenes, un señor y una señorita, me levantaron con una prolijidad, obviando las exclamaciones:  —¡Hay pobre, tenele la cartera!, ¿se siente bien?
   Esta vez lo agradecí, ahora me cuesta un rato pasar de la horizontal a la vertical, además me entretengo inspeccionando si no me rompí la pollera, las medias y si me lastimé o no, me nefrega. La cartera, sé que está, ¿quién se la va a llevar si es de una Jubilada? Agradecí en silencio, que con tantos brazos, le dieron liviandad a mi gordura. No como cuando era joven, que recibía de algún amigo, prima o novio:
   —¿Por qué no mirás por dónde caminás?, boluda.    

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