martes, 23 de julio de 2019

POR SUERTE DESPUÉS CRECÍ


   Íbamos a Buenos Aires en un —Viaje peronista.
-Decía mi viejo que era gorila-.
   A mí me pasaban por una ventanilla, para reservar los asientos, dos maletas y un bolso. Ponía uno en cada asiento y después me sentaba yo. Tardaron mucho en subir, cada señora rubia con tapado de nutria, pensaba que era mi vieja, o los señores con bigotes, a lo mejor era mi Papi. Me dio impaciencia estar sentada y empecé a recorrer vagones. En el segundo apareció mi vieja, me di cuenta por el ruedo de piel igual al de ella, me agarré bien fuerte, mientras le decía: —Mami, están atrás los asientos!
   Y ella no contestaba, hasta que en el último vagón se dio vuelta: —¿Por qué me tirás del tapado, niñita?
   Me puse a llorar y con hipos le decía que pensaba que era mi Mamá. La Señora habló con el Guarda: —Me parece que esta criatura se ha perdido. ¿Podrá Ud hacer algo?
   El Guarda me tomó de la mano y subimos a un piso con un micrófono. Dijeron mi nombre, mi edad y cómo iba vestida. La gente del tren protestaba porque retrasaron el horario de partida.
   A los cinco minutos estaban allí, a mí me parecieron cinco horas. Tocaron el silbato y subimos de inmediato. Encontré los asientos, pero había tres ocupados y en el cuarto dos maletas apiladas, con el bolso en la punta, no había más asientos, así que viajamos de pie hasta Plátanos, donde una familia bajó.
   Mamita querida se sentó y cerró los ojos, Papá también. Un Señor perfumado, se llevó una de nuestras maletas, yo no le dije nada, le iba bien con el perfume.
   En Avellaneda, les conté lo del Señor. —¿Y no te diste cuenta que era un ladrón? ¡Ah qué chica tan tonta! No se le puede encargar nada, siempre con la boca abierta mirando la luna. Ya tiene cinco años, podría ser más despierta.
   Mientras, mi Papá me acomodaba el sombrerito y decía: —Bueno, ya pasó. Ni bien lleguemos a lo de la Abuela, vamos a verte alguna ropita nueva en Harrods, que hay de todo, hasta juguetería.
   Mamá estaba furiosa y no paraba, bueno, ella jamás paraba sus odios: —Yo no le compraría nada, pensá que la azul era la suya y dejó que se la lleven como si tal, se perdió en la estación y mirá la mugre de las manos, ponele los guantes, Jorge, porque es una desgracia esta chica.      

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