lunes, 1 de julio de 2019

LA OBLIGACIÓN



   —Hola? Adelma, sé el trabajo que hacés con Carlón, pedí una Enfermera, alguien que te ayude, no sé…
   Al otro lado se escucha un suspiro sin fin, tiene aire demás esta mujer.
   —Si lo vieras, piel y hueso, blanco como mármol, ya ni diferencia al Médico de mí. No lo puedo bañar más, ahora le doy un baño seco con blem y una gamuza. ¿Sabés Paula, expele olor feíto, no sé de qué le sirve seguir, estaría mejor muerto. Ni Dios lo llama, un hombre de tan mal carácter, ni Él lo quiere.
   Se apresuró Adelma, fue a elegir un cajón enorme, cuando él se había achicado como una velita de cumpleaños. Lo vistió con un camisón blanco y escarpines de tul de nylon al tono y lo metió derecho en el cajón, tres latidos más y el fin. Llamó a todos sus amigos, como eran tan pocos, agregó algunos enemigos.
   Fui el encargado de llevar una manija, los compañeros del Café, las otras manijas.
   —Sra de Recalde, me parece que su Señor esposo todavía respira.
   A lo que ella respondió: —Le habrá parecido, yo lo conozco bien, está muerto y bien muerto.
   Adelma fue la primera en acercarse y le besó la boquita, era cierto, tenía una respiración leve. Acercó un bouquet hecho por ella, con malvones, strelitzias y achicorias. Llevaba escondida la tijera para darle los últimos toques al moño. Lo depositó cerca del corazón de Carlón y hundió las tijeras revolviendo tres vueltas adentro. Sacó un pañuelo de encaje y se escuchó el grito y el llanto más desconsolado de la historia. Secaba de sus ojos, lágrimas que no tenía, ella misma cerró el cajón con la fuerza de un guerrero.
   —Será a cajón cerrado, la Viuda no quiere que lo vean en ese estado.
   Como un sargento ordenó a los manijeros, emprender la salida al Cementerio, quedaba en frente, se ahorró los cocheros. Sentí que me bajaba la presión. Las manijas de bronce, macizas, pesaban más que el finado, cerca de la bóveda, vi algo que me dejó mudo, el cajón perdía sangre justo de mi lado, cuando por fin llegamos, mis manos estaban bañadas en sangre. Saula dijo: 
—Vamos a rezar, antes que cierren la bóveda, Paulo.
   Me excusé con el pretexto de un dolor incontenible. Ni bien entré a casa fui al baño a lavar mis manos ensangrentadas. Me dio tanto asco que vomité hasta lo del año pasado, no contento con esto, mi organismo tuvo un despeño diarréico que inundó la poceta.
   Al atardecer aparece Saula, tapándose la nariz.
   —Se deben haber colapsado las cloacas, hay un olor fétido, bueno Paulo, hay que agradecer que estamos vivos, ¿sabés que Rolo Mervilá, tiene un día, tal vez horas de vida? No me pongas esa cara, tendremos que ir, es tu mejor amigo, aunque hayan pasado años sin hablarse.
   No le digo nada porque es ella y sus circunstancias, pero yo, ni en pedo pienso volver a llevar un muerto y hacerle el aguante. Si fuera que viaja a Cancún, lo visito, tomamos unos chupitos, el tipo va al mejor lugar del mundo, lo festejamos. Pero con los finados, a mí me dejan de joder.

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