—Hola? Adelma,
sé el trabajo que hacés con Carlón, pedí una Enfermera, alguien que te ayude,
no sé…
Al otro lado se
escucha un suspiro sin fin, tiene aire demás esta mujer.
—Si lo vieras,
piel y hueso, blanco como mármol, ya ni diferencia al Médico de mí. No lo puedo
bañar más, ahora le doy un baño seco con blem y una gamuza. ¿Sabés Paula,
expele olor feíto, no sé de qué le sirve seguir, estaría mejor muerto. Ni Dios
lo llama, un hombre de tan mal carácter, ni Él lo quiere.
Se apresuró
Adelma, fue a elegir un cajón enorme, cuando él se había achicado como una
velita de cumpleaños. Lo vistió con un camisón blanco y escarpines de tul de
nylon al tono y lo metió derecho en el cajón, tres latidos más y el fin. Llamó
a todos sus amigos, como eran tan pocos, agregó algunos enemigos.
Fui el encargado
de llevar una manija, los compañeros del Café, las otras manijas.
—Sra de Recalde,
me parece que su Señor esposo todavía respira.
A lo que ella
respondió: —Le habrá parecido, yo lo conozco bien, está muerto y bien muerto.
Adelma fue la
primera en acercarse y le besó la boquita, era cierto, tenía una respiración
leve. Acercó un bouquet hecho por ella, con malvones, strelitzias y achicorias.
Llevaba escondida la tijera para darle los últimos toques al moño. Lo depositó
cerca del corazón de Carlón y hundió las tijeras revolviendo tres vueltas
adentro. Sacó un pañuelo de encaje y se escuchó el grito y el llanto más
desconsolado de la historia. Secaba de sus ojos, lágrimas que no tenía, ella
misma cerró el cajón con la fuerza de un guerrero.
—Será a cajón
cerrado, la Viuda no quiere que lo vean en ese estado.
Como un sargento
ordenó a los manijeros, emprender la salida al Cementerio, quedaba en frente,
se ahorró los cocheros. Sentí que me bajaba la presión. Las manijas de bronce,
macizas, pesaban más que el finado, cerca de la bóveda, vi algo que me dejó
mudo, el cajón perdía sangre justo de mi lado, cuando por fin llegamos, mis
manos estaban bañadas en sangre. Saula dijo:
—Vamos a rezar, antes que cierren
la bóveda, Paulo.
Me excusé con el
pretexto de un dolor incontenible. Ni bien entré a casa fui al baño a lavar mis
manos ensangrentadas. Me dio tanto asco que vomité hasta lo del año pasado, no
contento con esto, mi organismo tuvo un despeño diarréico que inundó la poceta.
Al atardecer
aparece Saula, tapándose la nariz.
—Se deben haber
colapsado las cloacas, hay un olor fétido, bueno Paulo, hay que agradecer que
estamos vivos, ¿sabés que Rolo Mervilá, tiene un día, tal vez horas de vida? No
me pongas esa cara, tendremos que ir, es tu mejor amigo, aunque hayan pasado
años sin hablarse.
No le digo nada
porque es ella y sus circunstancias, pero yo, ni en pedo pienso volver a llevar
un muerto y hacerle el aguante. Si fuera que viaja a Cancún, lo visito, tomamos
unos chupitos, el tipo va al mejor lugar del mundo, lo festejamos. Pero con los
finados, a mí me dejan de joder.

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