Era un bosque de
pinos, un centro de él se había incendiado, afuera había sol, adentro era noche
cerrada.
Me tomé de la
mano de mi hijo, que tenía tres añitos. No encontraba la salida y me puse a
llorar, él me besaba la mano. —No te preocupes, Mamá, que la vamos a encontrar.
Me impresionó
cómo se detenía, cuando llegábamos al cruce de cuatro caminos. Salió la luna y
tuve miedo, a la noche y a los vatios que podía tener la luna.
—Vamos a tomar
el tercer camino, el número de mis años, vos me dijiste que traía suerte.
Y era cierto
nomás, allí estaba el Padre, esperando manso nuestra aparición.
—Papi, ¿Vos
sabías lo cobarde que es Mamá? Cuando nos perdimos, se puso a llorar y si no
fuera tan chiquito, era para llevarla en brazos. Me apretó la mano tan fuerte,
que mirá cómo me dejó.

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