martes, 30 de julio de 2019

LA HISTORIA CUENTA AL REVÉS



   No sé si los pozos se secaron, pero no hay más aljibes con agua. La gente los deja de adorno y les hace trepar madreselvas. A las bombas de agua, que antes tenían agua fresca y transparente, ahora por más que bombeen, no sale ni una gotita. Dicen que fueron las napas, que se secaron. En las afueras de Chascomús vivían dos viejecillas que amaban los tiempos coloniales. Las baldosas eran rojas y brillaban solas con un trapetón, contaban con Aurorita, que limpiaba toda la casa con el agua del aljibe para los pisos y de bomba para tomar.
   También era muy vieja, Aurora, pero nunca se sentaba, siempre había algo que hacer. El Jardinero era un negrito sobreviviente, criado de la Madre de Rosas, ella se los vendió por una jarra de plata. Doña Encarnación era generosa, parecía mentira que tuviera ese hijo, gordito, cachetón y de rulitos. Las viejitas no lo querían, pero tenían su retrato en la sala para cuando Doña Encarnación, venía de visita a tomar un licor de menta. Hablaban de los finados, algunos muy elogiados y otros, tontos y soberbios, que engañaban a sus mujeres. Para esa charla convocaban a Aurorita y al Jardinero, ellos tenían más memoria para recordar las degeneradeces que se permitía aquella gente, además de cruzar a Europa, mínimo cuatro veces y hasta se llevaban una vaca, para ordeñar en el barco.
   Aurorita paró la mano con la limpieza y empezaron las arañitas por las ventanas, para hacer sus frágiles tejidos, llegaron a todas partes, tejieron la mesa para agasajar, las sillas ni entre todas las podían levantar de tanta araña que se movía de aquí para allá, buscando más.
   Cuando llegaron a la cocina, nunca más pudieron usar vajillas, ni las sartenes de cobre, ni las soperas inglesas. Se tomaron toda el agua del aljibe y la rellenaron con telas impenetrables inutilizaron la bomba y las arañas crecieron tan grandes, que dejó la vida en suspenso de Doña Encarnación. Una araña se le metió en la garganta y por más que todos ayudaron, tuvieron que abandonar, porque aparecieron cuatro arañas más, que por un agujero o por otro, dejaron a todas finadas.
   Las arañas siguieron su voracidad implacable. De la casa no quedó casi nada. Luego de un emprendimiento inmobiliario, se aprovechó aquel terreno, levantando un edificio. No se vendió ningún piso, la primera razón es que no había dinero, la otra, que nadie decía, era el miedo a los fantasmas que seguro sobreviven.  

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