jueves, 10 de octubre de 2019

DEPENDÍA DE TRUMP



   Venía de la CIA o la KGB, ambas dependían de Trump. Se puede esperar desde una guerra nuclear, hasta una espía llamada Andrea Bravusky. Por orden de las más altas esferas, empezó a trabajar en una de las cadenas de la prestigiosa empresa “El Cagarca”.
   Nunca fue camarera y le llevó bastante tiempo equilibrar las bandejas de lo solicitado por los clientes presurosos. Su primer error fue arrojar dos cafés, en las faldas de dos ancianas que agradecieron su rapidez.
   Andrea llegó a parecer una camarera próspera. Si volcaba algo de café en los platitos, era una nada. Encubría su misión tras unos anteojos que le ocupaban casi todo el contorno de su cara. No los necesitaba, pero sus inmensos ojos claros ayudaban a que ningún parroquiano se pasara de listo y le tocara el culo, como quien no quiere la cosa. Si sucedía ella mandaba de inmediato los datos del hombre a la CIA. Era mágico, a la semana el tipo no aparecía más, no estaba ni muerto ni vivo, estaba desaparecido.
   A partir de esos episodios, nadie se atrevió, tan siquiera a rozarla. Cada vez que dejaba un pedido, decía con una sonrisa: “Que lo disfruten”. En una oportunidad, una señora frustrada, le dijo: —¿Qué dice? ¿Qué vamos a disfrutar una café frío y poquito?, ¿y encima hay que pagar?
   Andrea se retiraba con cara de baldosa y sonriente. El Encargado le hizo saber la regla: 
“—La razón siempre la tiene el cliente”.
   A ella le pareció injusto, cada niño maligno que pedía un helado gigante, se lo daba con una sonrisa, luego se lo quitaba y lo arrojaba en el sanitario. Cuando aparecía la Madre del monstruo: —¿Qué pasó con el helado de mi hijo?
   Andrea tenía una respuesta para cada situación: —Recién terminó el helado.
   Miraba al niño con expresión de bruja y éste se asustaba y decía a su Madre: —No sabés, Mami, lo rico que estaba.
   Andaba en una super moto, a mil, intimidaba a los autos y muchas veces perdió la peluca, las tenía de todos los largos y colores. Eran parte de su indumentaria, otra táctica para encubrir su personalidad todo poderosa.
   Otra camarera llamada Cielo, que parecía un Ángel, tenía la misión de controlarla hasta su partida. Un día Cielo la vio subir a un auto largo con el Alcalde Bolungui, enamorado de ella, pasando por alto su impotencia comprobada.
   Andrea se aburrió tanto que empujó al Alcalde al Dique y partió con el auto negro, de vidrios polarizados. Iba un Custodio que ella no advirtió. Alto, buen mozo, rico y corrupto (no existe una cosa sin la otra).  Se fueron juntos, tal vez demasiado juntos.
   Trump los protegió a ambos y ahora viven en una casa fetén, donde Andrea disfruta la vida, tomando baños sin ropas, en una pileta climatizada.

2 comentarios:

  1. Extraordinario !!!.... Cualquier semejanza con la vida real es pura coincidencia.

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