Ella y yo éramos como esos jarritos de tomar
café, que tienen escrito Tú y Yo encerrados en un corazón rosa. Nos juntábamos
solamente en el desayuno. Si estábamos de buen humor, o sea casi nunca, nos
mirábamos a los ojos para ver quién de los dos tenía lagañas. Antes de salir
ella me señalaba:
─Andá a lavarte los ojos.
Y yo le contestaba:
─Vos también, ¿por qué no te sacás la
pintura por las noches?
─Para hacer más rápido a la mañana.
─¿Y adónde vas cuando te vas?
─Es un secreto que no te puedo decir, sino
dejaría de ser un secreto. Vuelvo tarde, dormí solo, igual tengo una amiga que
te puedo mandar, es muy culta sobre cualquier cosa, de todo. No pretendas hacer
nada con ella, porque las partes interesantes las tiene todas suturadas, sino
no la mandaría, tan idiota no soy. Va a traer libros y te los va a leer. Cuando
te canses, con una tijera de uñas, la podés desuturar. Por las dudas voy a
comprar un jarrito que diga: “Ella”. Dale un porro, le pega enseguida, yo la
convidé por primera vez. Primero tuvo miedo y después le encantó. Cuando llegue
me tomo un Lextor entero y jugamos los tres.
─¿Y con qué vamos a jugar?
─Con los juguetes de nuestro Bebé, que está
en el cielo y se divertirá. O con nuestros cuerpos, están vivos y el sexo de a
tres nos va a cansar. Mi amiga se va a ir por donde vino. Y hacer el amor los
dos solos, nos va a completar.

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