Odio el Mundo, no me gusta su diseño, flores
de un lado, guerras enfrente. Odio las strelitzias, se quedaron a mitad de
camino entre el pájaro y la flor. No me gusta morirme, me encuentro muy
dolorida para que suceda. No tengo apuro, conozco el arte de la espera. (Eso es
de otro cuento). Y odio esperar, soy un número, un nombre, nada sigue después.
Odio los animales, todos. Ni los gatos, los
mejores, no merecen mi cariño. Odio el sexo, es un algo inexistente que dura
cinco o diez minutos. Preferiría en esos diez minutos, hablar con mi Papá y que
me cuente y que yo le cuente a él. Odio el complejo de Edipo, el de Electra
también lo odio.
La ambición, la mentira, la hipocresía y ya
que estamos, el Juramento de Hipócrates. Me pone triste que el odio nos habite
a todos. Pertenezco a esa manada. Odio los que se creen que están de vueltas, sin haber ido a ninguna parte.
A todas las religiones las odio y a las
personas religiosas las odio, son pura ficción entre otras cosas. El odio me
anda por toda la sangre, los cuatro litros tienden a salir, se sienten presos.
Yo los dejo que hagan lo que quieran.
Lo más querido por mí, en este mundo odioso,
es el helado de chocolate y un pucho cuando nadie me ve.

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