─Perro, tenés olor a perro, a pis de gato,
andá a bañarte antes del café, que esos ojos de tonto me dan náuseas. Traeme un
balde, voy a vomitar.
Quería tener un bebé, pero si hubiera sabido
los trastornos que traía desde el principio, lo hubiera pensado mejor. Este
perro no tiene dinero, ni para pagarme un aborto, bueno para nada. Hasta está
contento el pelotudo. Con cada amigo que se encuentra le informa su divina
situación de tener su primer hijo.
Me hice una eco, ¡cómo le latía el corazón! Daba
miedo. La Médica propuso sacarle el sonido. Él miraba al futuro bebé, no a mí, y
se solazaba el ordinario:
─Mirá las bolas que tiene, seguro que nace
varón.
Delante de la Médica, ella con cara de póker
aclaró que esas primeras imágenes no aseguraban el sexo. A los tres meses se me
fueron las náuseas. Comencé a ser amable con él, consiguió un trabajo de Sereno
y cuando Papá se murió nos fuimos a vivir a la casa de mi Vieja.
Recibí los regalos pertinentes, ropita,
mucha ropita. Mandé a restaurar mi cuna vaivén. Su pieza quedó tan linda, tenía
estrellas y planetas que hizo mi hermana la Escenógrafa. Él me solicitaba por
las noches y yo le decía que no. La excusa era que podía molestar al bebé.
Mentía a su mejor amigo que yo era muy buena,
el amigo le contestaba:
─Está buena, antes de casarse con vos todos
nos peleábamos para tenerla. Y todos la tuvimos un ratito. Cuando nazca, le
tienen que hacer un ADN para saber quién de nosotros es el Padre. Quédate tranquilo,
ella no era puta, simplemente se calentaba y lo hacía sin pensar. Uy, ¿qué te
pasa? Parecés de yeso.

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