Estaba la Policía, me dio miedo porque
teníamos un fino escondido. Pensaba que por eso venían.
Llamaron a mi Marido y a mí me dejaron
aparte. No terminaba de comprender. Mis Padres habían muerto por un auto que
venía de contramano. Tardaron en socorrerlos, igual no había nada que hacer.
Fue en la Ruta 3, en la curva de la muerte, así la llamaban, qué ironía. Yo gritaba
tanto que se escuchó en todo el edificio, lloraba igual que gritaba.
Llamé a mi Hermano desde un negocio,
cubierto de flores artificiales, yo no podía hablar, ni él tampoco. Mi
compañero decía que teníamos que guardar la ropa y partir enseguida. Mi Hijo
temblaba cuando se enteró. Quise ir a la curva, cerca de Las Flores, pero no
hubo ningún testigo, ninguno. Llegamos a la Estación de Policía y les pregunté
si podía ver el auto, me abracé a lo que quedaba del auto como si fueran mis
Padres.
Después fuimos al Hospital, me atendió un
Médico correcto que explicaba lo inexplicable. No fui al sepelio, ni mi Mamá,
ni mi Papá eran esos, así pensaba yo.
Andaba en camisón, iba a comprar puchos así.
Ni me bañaba ni me peinaba, ni comía. Fumaba un pucho tras otro. Mi Hermano, un
día de treinta y nueve grados, andaba con sobretodo y sombrero de Papá.
Le pregunté a mi amiga Patricia, cuánto
duraba ese dolor. Me dijo: “Primero mucho, como un cuchillo en el corazón.
Cuando transcurra el tiempo, lo que fueron vidas pasan a ser un recuerdo como
ningún otro recuerdo, para siempre, siempre, siempre.”

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