Un Tío político, Roberto, diseñó la nueva
casa. Era un Arquitecto que vivía en Buenos Aires. Mi Viejo la construyó en el
predio que le quedó. Ya empezaba la invasión del cemento y el aventanamiento
exagerado. Hizo tres estufas de leña. Papá era Director de sumarios en la
Gobernación, eso le permitió pagarle todo a Roberto. Él amaba la tierra y los
árboles, Papá prefería la pura llanura lisa y no quiso ningún árbol.
─Bueno, Jorge, permitime ocuparme del
césped, frente a la galería.
─¿Y quién lo va a cortar? ¿Vos?
─No, las ovejas, le tirás quince y te dejan
algo parecido al pasto inglés. Cuando esté listo, las sacás, sino te van a cagar
la galería.
En plena época de la Dictadura Militar,
allanaron la casa. Mamá estaba furiosa. Cuando iban por el garaje y lo cerraron,
les gritó:
─Estoy haciendo milanesas, abran esas
puertas, así establezco corrientes de aire para que no llenen de olor toda la
casa.
Mamá sería lo que fue, pero no se le podía
negar su valentía, les pidió que se fueran de inmediato, allí no tenían nada
que hacer.
─Encima
me hicieron mierda el césped con tres camiones recién comprados por ellos.
Los Milicos se fueron cagados de risa. Ella
les gritaba:
─¡El que las hace las paga! ¡No tanta risa!
Yo viví cuatro años en un sótano que
construyó Roberto, cubierto de alfombras, leí, escribí y jugué hasta las
bolitas. Casi me vuelvo loca. Hasta que otro Tío, mi Padrino, consiguió mi
pasaje a Venezuela por un año. Papá se encargó de quemar todos mis libros,
hasta “El Principito” estaba prohibido.
Volví a mi casa después de una década.
Quería estudiar Oceanografía en Isla Margarita, pero por varias razones no pudo
ser. Me tuve que conformar con una pecera.

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