Nuestras cabezas tienen un pedazo menos. Fue
y sigue siendo una guerra la pandemia. Todos sufrimos la ausencia de los
amigos, de los abrazos, del miedo de: “ahora me toca a mí”.
Entonces entramos a estados confusionales
que nos hacen olvidar el nombre de las personas queridas. Hablar con alguien y
de pronto no saber de qué estábamos hablando. Ahora están mermando tales
situaciones, pero las improntas quedarán para siempre.
Hubo otros Siglos donde sucedieron arrebatos
al mundo, no es un consuelo, eso informa que el hombre guarda mucha mierda en
la cabeza y de cuando en vez, la expone sin piedad. Quiero terminar con esta
diatriba plena de errores y horrores.
Sé que hay gente querida que me lee y me
alienta a escribir un libro. Jamás haría algo así, para que mi obra descanse en
una biblioteca llena de tierra e ignorada. Prefiero que las palabras vuelen,
como los pájaros y parafraseando a Mássimo Troisi: Las palabras son de quienes
las necesitan.
No necesito nada de ustedes, ni de mí, y por
el único que lamento es por mí.

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