─¿No escribís ni lees más?
─No.
─¿Por qué?
─No tengo más nada para escribir, dejé de
leer porque me adormece.
─Y ahora, ¿a qué te dedicás?
─Escribo con seudónimo, no soy yo, soy otra.
Tengo treinta años y un Vizconde que dice amarme, no le creo. Es bizco, hay que
cuidarse de los bizcos, encubren que son Condes. Me regaló un palacio de 150
habitaciones. Cuando estrenamos la primera yo miraba el techo y él me tapaba la
cara con la almohada.
─Sueño que sos otra y eso me excita mucho
más, esperá, no te entusiasmes, quiero sacar una selfi con el celular.
─¿A mí?
─No, mi miembro es lo primero, aquí al lado
hay una habitación para que escribas lo que viviste conmigo. No me agrandes,
decí que lo tengo del tamaño de un lapicito, pero encuentro tu punto “G”, tan
rápido como nadie.
Qué vanidoso este microcéfalo, no sabe con
quién está hablando. Yo disfruto solamente cuando mato. Lo hice justo cuando se
terminó de abrir la puerta sin golpear antes. Tengo un arma que cabe en la
palma de mi mano, con silenciador totalmente silencioso.
Le ofrecí que tomara asiento, disfruté
después de dispararle cinco balazos. Me dieron cinco orgasmos, uno por cada
bala. La mujer que me hizo la entrevista siguió preguntando boludeces. La hice
echar por el cochero más hermoso del palacio.
Después le ordené que viniera a mi
escritorio. Quería proponerle algunas cosas, nada importante.

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