Hacía tantos días que no salía y tuvo
intriga por saber cómo eran los seres humanos. Recordaba que humanos no eran.
Sacó el auto del garaje, puso la llave y no le arrancaba, controló la nafta, el
agua y el aceite. Quedaba lo justo para llegar a la Estación de Servicio. El
chico que lo atendió le dijo que estaba seco. Él le contestó que había mucha
humedad.
─Usted no me entiende, su auto estaba seco.
¿Quiere que le limpie los vidrios?
─Sí, y la luneta trasera también.
─¿Y el resto no?
─No.
─¿Paga
con tarjeta?
─Desde luego, nunca llevo plata encima.
Le dejó una propina generosa.
─Gracias, Señor, si fueran todos como usted.
─No hay nadie como yo. El mes pasado cumplí
mi condena.
─Qué, ¿se divorció?
─Se fue con otro, me excedí en el castigo. Casi
muere. La muy zorra declaró que abusaba de ella, el Juez se fue al carajo, le
miró las tetas y me dio seis años de condena.
Mientras tanto había ocho autos para cargar
nafta, que tocaban bocinas llenos de indignación.
─Lo voy a tener que dejar. ¡Qué historia la
suya! Cuando quiera volver estoy yo para servirle.
Por fin encontró un ser humano. Otro día lo
vio pasar sin el uniforme de trabajo. El chico lo reconoció y él lo invitó a
tomar un cafecito, se quedaron los dos sin hablar. Miraban a la gente pasar.
Rompió el silencio el chico:
─Si tiene algo más para contarme, estoy yo
para servirle.
Al rato pasó su novia y se sentó con los
dos. Venía con una amiga estilo monacal, vestido gris, un collarcito de perlas
y una mirada honda que daba miedo. El señor no esperó que el chico los
presentara:
─Mi nombre es Filipo Rotoncho, mucho gusto a
las dos. ¿Son ustedes hermanas?
El chico se adelantó a la respuesta:
─Son Madre e Hija.
─Filipo, mi Hija está por entrar en un
Convento.
─¿Y por qué en un Convento habiendo tantos
hombres por ahí?
─No me gustan los hombres, prefiero las
mujeres y en esos lugares está lleno de damas ansiosas, no veo la hora de poder
entrar.
Filipo se retiró cuando vio que el chico
llenaba de besos a su Novia. Mientras esto sucedía, la Mujer lo miraba de coté
y antes que Filipo se sumergiera en la multitud, lo tomó del brazo y le dijo:
─Cuando quiera volver, estoy yo para
servirle.

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