Volví al campo después de veinte años. La
casa que diseñó Tío Roberto, ya era tapera. Tenía un hormiguero que llegaba
hasta la mitad de la heladera. Al baño le faltaban todas las canillas y en la bacha
quedó un agujero. El inodoro estaba, sí, pero no funcionaba el botón, usamos un
balde para hundir las deposiciones.
Los muebles viejos estilo provenzal, estaban
apilados en el galpón de los tractores. La comida la hacía la mujer de
Zarzabal, lo llamaban fatiga porque cabalgaba sin hacer nada. Quedaba lejos su
rancho, no teníamos opción, la íbamos a buscar nosotros. Era exquisita su
comida, más rica que en el mejor restorán de Buenos Aires.
Como decía mi Padre:
─Todo producto noble, fabricamos desde el
pan hasta el aceite de oliva.
Él no fabricaba nada, para eso estaban los
peones, les pagaba muy bien, para que no le escupieran la comida.
Una noche decidimos con mi Marido limpiar el
dormitorio grande, el cansancio nos mató y nos durmió. Como olvidé llevar las
pastillas para dormir, descansé con un ojo abierto y otro cerrado.
─¡Andrés, despertate! Alguien nos está
mirando.
─Quiero seguir durmiendo, debió ser una de
tus pesadillas.
─Pero fijate, está a los pies de nuestra
cama y nos mira con ojos brillantes. ¿qué podemos hacer?
─Tenés razón, voy a ver quién es, antes
prendo la luz. ¡Es un zorrino! Salió corriendo, dejó un olor inmundo, voy a
abrir puertas y ventanas, tiremos perfumina. Yo voy a ponerme algodones en la
nariz y respiraré por la boca. Vamos a dormir cucharitas, si es que podemos
dormir.
En esta casa ocurren cosas raras. Al día
siguiente nomás, entramos al galpón para
buscar leña y preparar un asado, adentro de la chimenea había dos nidos de
paloma y más atrás un enorme gato negro que nos miraba con miedo.
Era un gato de los pajonales, cuando vio que
yo me acercaba, corrió hasta el living pensando en un ventanal abierto, se dio
con todo, el vidrio estaba limpio y cerrado. Lo pude levantar, me permitió
acariciarlo. Escuché maullidos de gatos chiquitos, necesitaban a su Madre. El
gato enorme resultó ser gata y se metió en los pajonales. Esos animales son
bravos, casi salvajes. El asado se lo regalamos a Zarzabal.
Volvimos a nuestra casa de Gonnet, yo fui la
encargada de desarmar los bolsos. Había uno redondo que traje de allá,
confundida. Lo abrí, estaba la gata de los pajonales dándole de mamar a sus
tres hijitos.

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