jueves, 14 de octubre de 2021

RUTA 3 (Parte VIII)

 

   Volví al campo después de veinte años. La casa que diseñó Tío Roberto, ya era tapera. Tenía un hormiguero que llegaba hasta la mitad de la heladera. Al baño le faltaban todas las canillas y en la bacha quedó un agujero. El inodoro estaba, sí, pero no funcionaba el botón, usamos un balde para hundir las deposiciones.

   Los muebles viejos estilo provenzal, estaban apilados en el galpón de los tractores. La comida la hacía la mujer de Zarzabal, lo llamaban fatiga porque cabalgaba sin hacer nada. Quedaba lejos su rancho, no teníamos opción, la íbamos a buscar nosotros. Era exquisita su comida, más rica que en el mejor restorán de Buenos Aires.

   Como decía mi Padre:

   ─Todo producto noble, fabricamos desde el pan hasta el aceite de oliva.

   Él no fabricaba nada, para eso estaban los peones, les pagaba muy bien, para que no le escupieran la comida.

  Una noche decidimos con mi Marido limpiar el dormitorio grande, el cansancio nos mató y nos durmió. Como olvidé llevar las pastillas para dormir, descansé con un ojo abierto y otro cerrado.

   ─¡Andrés, despertate! Alguien nos está mirando.

   ─Quiero seguir durmiendo, debió ser una de tus pesadillas.

   ─Pero fijate, está a los pies de nuestra cama y nos mira con ojos brillantes. ¿qué podemos hacer?

   ─Tenés razón, voy a ver quién es, antes prendo la luz. ¡Es un zorrino! Salió corriendo, dejó un olor inmundo, voy a abrir puertas y ventanas, tiremos perfumina. Yo voy a ponerme algodones en la nariz y respiraré por la boca. Vamos a dormir cucharitas, si es que podemos dormir.

   En esta casa ocurren cosas raras. Al día siguiente nomás,  entramos al galpón para buscar leña y preparar un asado, adentro de la chimenea había dos nidos de paloma y más atrás un enorme gato negro que nos miraba con miedo.

   Era un gato de los pajonales, cuando vio que yo me acercaba, corrió hasta el living pensando en un ventanal abierto, se dio con todo, el vidrio estaba limpio y cerrado. Lo pude levantar, me permitió acariciarlo. Escuché maullidos de gatos chiquitos, necesitaban a su Madre. El gato enorme resultó ser gata y se metió en los pajonales. Esos animales son bravos, casi salvajes. El asado se lo regalamos a Zarzabal.

   Volvimos a nuestra casa de Gonnet, yo fui la encargada de desarmar los bolsos. Había uno redondo que traje de allá, confundida. Lo abrí, estaba la gata de los pajonales dándole de mamar a sus tres hijitos.   

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