El Fin de Año no lo festejan, lo lloran.
Coincide con el mismo día en que murieron mis Abuelos. Yo no los conocí.
Pasaron veinte años y ellos los siguen llorando.
Cuando empiezan los fuegos artificiales unos
tras otros, voy al medio del campo y puedo verlos quemando el cielo haciendo
dibujitos. Miré para mi casa y vi a Mami, me miraba por la ventana llamando con
la mano.
─Faltan seis días para que vengan los Reyes
Magos, acá tenés un papel, les podés escribir una carta breve, porque ellos
tiene millones de cartas para leer. A lo mejor se confunden de cartas, poneles
bien grande tu nombre.
“Queridos Reyes Magos: Melchor, Gaspar y
Baltazar. Me conozco sus nombres de memoria. Quiero que me regalen una
bicicleta roja con luces por atrás y por adelante y una bocina de auto para que
me dejen pasar primero. Muchas gracias, los espero con un gran balde con
espinaca y huevos fritos y una botella familiar de coca cola. Ya que estoy les
pido que el año que viene me dejen dar vueltas en camello y ningún regalo, con
eso sería más que suficiente. Nos vemos, les mando un grandííísimo abrazo a los
tres.”
─A ver, mostrame esa carta ─dijo Mamá.
─No, Mami, ésta es correspondencia privada,
vos te podés encargar de llevarla al Correo.
Al amanecer escuché unos ruidos de celofán.
Seguro que eran ellos, pero me hice el dormido, sé que a ellos no les gusta que
los vean. Cuando llegó la mañana me encontré con una bici roja con luces en
todas partes y una bocina de auto, me pareció que era del auto viejo de Papá.
Este año los Reyes estuvieron tan generosos, me quedé pensando que tal vez tenían algo que
ver con los ascensos que mi Papá tuvo en su trabajo.

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