miércoles, 23 de agosto de 2017

ANTECEDENTES


   Mi Abuela Laura contaba cuentos que daban miedito. Terminaban bien, a mí el miedo me daba gusto. Clara, mi otra Abuela, tenía una colección de cuentos en la cabeza, les alteraba los finales, mezclaba las acciones de uno triste con uno alegre, cuando se quedaba dormida,  ignoraba qué seguía, era un placer inventar el final que yo quisiera. Se los hacía felices de toda felicidad. Empalagosos, pero soñaba dulce.
   Dio bronca, pero las dos desparecieron el año en que cumplí diez. Entonces me hice cuentera, inventaba gatos que se casaban por iglesia o cuchillos que se pelaban con tenedores y la cuchara, cobarde, se escondía.
   Eran malas las cucharas, me hacían tomar sopa ¡Puajjj! Siempre odié ese brebaje. Mami no soportaba mis cuentos y cerraba la puerta de la cocina, yo igual escuchaba —¡Qué chica insoportable! No para de hablar, una historia tras otra. ¡Me va a hacer salir canas verdes!
   Eso me daba tema para otro cuento “La Mamá de las canas verdes”.
   Por suerte estaba el escritorio de mi Papi, un grande niño, siempre hacía de cuenta que estudiaba y cuando se recibió simulaba que trabajaba.
   Su actividad predilecta y oculta era dibujar. Cuando Mami se iba a la Escuela, para avasallar otros niños, que no eran yo, entraba al escritorio. 
   —¿Papi, te puedo contar un cuento y vos lo dibujás?
   —Me parece una idea encantadora.-Decía y sacaba una inmensa caja de Caran D’ache-.
   Le contaba historias complicadas, para que los dibujos tuvieran de todo, un capo ilustrando. Pasaba el tiempo sin darnos cuenta.
   Toc-toc-toc, los tacos del arribo de Mami…estábamos sincronizados, Papi miraba los expedientes con ceño fruncido. Yo huía a mi escritorito para hacer los deberes, hacía de cuenta, en realidad escribía cuentos. 
                                      

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