Como las cortinas de un rancho, entra el aire
y ellas se inflan y remontan el calor y las moscas.
Una silla de
mimbre cliqueando con alguien de ojos entornados. Un olor a frito, a cocina
económica, a mate, a kerosén a caca de gallina, a puchero antiguo, a leche
cortada, a grapa Valle Viejo, a vino patero, a pis de gato. Olores universales,
más espaciosos que un rancho.
Un chico entra
por la cortina más delgada, se enrosca, logra desanudarse y se sienta en una
silla de paja, bajita. El chico pregunta al abuelo si le puede contar un cuento
de fantasmas. El abuelo sonríe y con los ojos cerrados, comienza una historia.
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