Viven juntos,
hace poco, él trabaja diez horas, ella también. Se ven de noche, cansados,
agotados, ni fuerzas para hacer el amor, intentan un hijo. Ella piensa en el
domingo libre y allí sucede, se muerden, se amasijan, se convencen, se arañan,
se pelean y arremeten, todo está permitido en el amor.
Se comparte con
otros la comida, los mates, el calor, el frío, pero no el amor, el amor no. El
lunes los números reemplazan las palabras. Viene la noche, él y ella miran el
techo, las goteras no duermen, los sumerge en un insomnio atávico.
—Pudimos pagar
todo ¡Qué alivio!
—Querida,
empieza mañana el nuevo mes. Y la condena del Mito de Sísifo.
—Mañana es
domingo, lo haremos todo el día, si es posible. Hay que comer con prudencia.
Así la siesta duerme sola.
—La buena vecina
me regaló un almohadón bordado con corazones, dijo que lo pusiera bajo el
coxis, óvulos y espermas se atropellan, se juntan.
—Te recuerdo que
el amor no se comparte, menos con la buena vecina.
—Ella trata de
ayudar, con su historia de nueve partos y yo acepto sus consejos con puntillas,
por anciana y entrañable.
Llegó el domingo
lloviendo, fue providencial, no hay yerba, se muerden, se amasijan, se
convencen.
La buena vecina
partió a Italia, así de anciana, a conocer sus nietos y los nietos de sus
nietos.
Les regaló la
casa sin goteras. Él observó la panza cervecera de ella.
—No tomes tanta
birra.
—No es birra, es
niño.
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