—Movía el agua
con la mano.
—No, el agua
movía su mano.
—¿Y quién le
puso cemento al piso del tanque?
—Un albañil que
se reía de nosotros, estirábamos el cemento con los pies.
—Vos eras más
chico que yo, Miguel hizo la mezcla, cubrió el piso y nos estampó las manos,
igual que los actores de Estadosumidos.
—Mirá! Viene
para acá, nunca la vi con vestido negro, a Miguel le habría gustado rojo.
Ni Cuchi, ni
Tomás abandonaron su charla porque ella se hubiera sentado al lado.
Cuchi la tomó
del brazo. —Venga, Madre, el tanque vacío y las huellas de nuestras manos
siguen ahí.
La madre enrolló
su pollera y se metió, besó las improntas y preguntó: —¿Y las de Miguel?
Le dijeron que
él no quiso, porque ya era mayor.
—Este Miguel,
miren las cosas que dice, siempre fue agrandado. Espero que la alemana esa lo
trate bien. En la foto los veo felices, igual hay gente que pone cara para la
foto.
—Pero mire,
Madre, se dan besos y nos sonríen, además están lejos, Madre, no fingen, lo
aseguro.
Tomás, metiche
mala onda dijo con naturaleza natural: —Miguel va a estar cada vez más lejos,
tanto que nos vamos a olvidar. Madre, ¿Por qué no hecha a los parientes
llorones y apaga los velones? Ya está, Madre, haga de cuenta que Miguel nunca
existió...
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