jueves, 3 de agosto de 2017

CUALQUIERA SE EQUIVOCA


   León y Tito, compartían el alquiler de un depto. En La Plata. Constaba de dos dormitorios y un amplio escritorio, respetaban sus espacios y casi no se veían, uno trabajaba de día y otro de noche. León tenía un gato barcino, naranja y blanco, pasó de pequeño menudo a cuadrúpedo gigante. Le gustaba amasar la panza del que estuviera durmiendo, mientras hacía ronrones eternos.
   El domingo, único día de descanso, desayunaban juntos con el gato Tin Tín en la misma mesa, Tin Tín odiaba ser discriminado, tomaba agua de la canilla, hacía sus cosas en el sanitario y sabía apretar el botón. La mañana de este domingo, Tito se dirigió a la cocina, gritó y cerró la puerta.
   —¿Hoy que se puede dormir hasta tarde me despertás con gritos y portazos?
   —Entrá vos a la cocina, si te da el estómago.
   León abrió la puerta, miró y cerró.
   —Hay sangre en todos lados, en el piso un charco con una paloma agonizando. ¿Qué hacemos?
   —No loco, qué hacés vos, el gato es tuyo.
   Al final entraron los dos, Tin Tín los recibió con una paloma blanca de regalo, hasta pretendía ser felicitado.
   León tomo del cogote a su gato, lo puso bajo la ducha fría cinco minutos. Lo envolvió en un tohallón y quedó encerrado en el baño con doble llave. Tito dejó la cocina impecable, estaba más blanco que la paloma. La depositaron en una caja y volaron a un veterinario de turno, cuya única solución era sacrificar el bello pájaro.
   —Sos más bestia que los médicos de personas.
-Dijo León, escupiendo la vidriera-.
   Entre ambos, sobre la mesada de la cocina, suturaron todas las heridas de la paloma, que los miraba con dolor agradecido, como sólo las palomas lo hacen. Convaleció una semana en un placard vidriado. Le realizaban los curetajes una vez al día. Observaron que movía las alas y optaron por darle de comer, cuando terminó su primer colación, aprovechó la distracción de los amigos e hizo lo mismo que su especie, pájaro que comió, voló. A Tin Tín, encarcelado en el dormitorio de León, le levantaron su condena.
   Cuando alguno de ellos retornaba de su trabajo, ya olvidados del intento de palomicidio, Tin Tín les daba la espalda, suspendió los masajes de panza y los ronrones. —Así no me gusta, Tito, vamos a comprarle pescado, nos tiene que indultar.
   Tin Tín los perdonó, a sus mimos ronroneros, agregó el de morderles las orejas, suavemente, claro. 
                                                        

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