Muy cerca del
archipiélago más pobre de la Tierra, que guardaba treinta edificios de vándalos
corbateros, jubilados en el ejercicio de la estafa, aterrizó un avión
supersónico, conducido por una señoritinga que se presentó en solitario. —Soy
la Dra Kretina Lachorra y les traje de regalo la última vaca de mi país, por
seguridad, no daré el nombre de la Republiqueta.
Dos esclavos
encadenados ayudaron a bajar la vaca, en el lugar donde el hambre era su
alimento básico. La Dra Lachorra prometió que en la mañana desayunarían de una
ubre de cien vertientes.
Ella durmió con
dos vándalos castrados, en la torre más alta del country de cemento. Fue llevada
por un andarivel de oro puro hasta el lugar de los muertos de hambre. La
esperaban con la boca abierta, le vino bien para no rozarlos, echó tres gotas
en cada uno, terminada la agotadora tarea, se encargó personalmente, del
desguace vacuno, su actividad preferida. Pretendió un asadito al carbón, pero todos
se abalanzaron sobre la carne cruda.
De la vaca, no
quedó nada. El más capito del lugar, que hablaba Argento, dijo —Dra Lachorra,
nosotros somos antropófagos, cuando nos quedamos con hambre, seguimos comiendo
lo que tengamos enfrente, y bueno, Ud ahí, nosotros aquí, no sé si me
comprende, vamos a saciarnos con Ud.
Empezaron por el
botox, exquisito condimento, los glúteos inmensos fueron como un segundo plato.
Los niños pelaron sus deditos, similares al pollo y los tobillos, gordos y
duros, los comieron las mascotas. De la Dra Kretina Lachorra, no quedó nada.

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