Fue en un
ascensor, él subió en el piso 24, con dos computadoras, cuatro celulares,
cables que se metían en sus oídos y otros le rodeaban el cuerpo, nada tenía
sonido, la vida sin señal le apagaba el rumbo. Hoy la Conferencia, total, para
decir boludeces. En el piso 22 entró ella, carpetas, libros, cuadernos raídos,
formaban una pila más alta que la joven de pies viejos.
Se derrumbó todo
en el piso. El telemático, de pies jóvenes, se comidió y juntó todo con
prolijidad oriental. El “Gracias” de ella se confundió con el “De nada” de él.
Planta baja. —No puedo salir. -Dijo ella-.
—Yo tampoco, hay
algo que atrapa.
Algo tan nimio
como diez pelos de barba, enroscados en la trenza de ella. Se anudaron y no
hubo forma. El encargado quiso ayudar. —Van a tener que salir juntos, estos
nudos me superan.
En la calle
caminaban doloridos, cuando tira, duele. —Me costó que la barba creciera, ni en
sueños corto un sólo pelo.
—Sabés los años
que llevó mi trenza larga? Jamás quitaría nada.
Abandonaron
compus, celus, cables, libros, cuadernos, en un banco de la plaza.
—Vamos a tomar
un café y vemos.- Dijo él-.
Ella metió su
trenza en una charola de agua que pidió al mozo, él y su barba, tal vez mojados
los pelos… Pasó el novio de ella, entró al boliche y le pegó una cachetada. La
mujer de él los descubrió en la vidriera. Esa, repartió a lo pavote, dos bifes
a cada uno.
Hubo divorcios
explícitos. Ellos partieron en silencio, soliviantaron el dolor caminando abrazados.
No se amaron, la cuestión pasaba por el pelo.
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